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La fe en mi pueblo

En mi pueblo había una asamblea y una parroquia. Un pastor y un cura; pero era imposible una sola visión con respecto a Dios. Los domingos algunos de los habitantes del pueblo caminaban con rumbo a la asamblea y otros a la parroquia. Nunca se cruzaban camino al inicio de sus fiestas del espíritu porque obedecían a distintos horarios. El rebaño del pastor se reunía a las 9:00 horas y los fieles del cura, a las 11:00 y aunque hablaban casi de las mismas cosas nunca fue posible que se juntaran bajo un mismo techo.

Públicamente el pastor y el cura se mostraban y se declaraban hermanos, pero en la intimidad, permanecían pendientes de las movidas del otro como si jugaran una partida de ajedrez y nosotros, el resto del pueblo, fuéramos los peones. El alcalde y su señora eran el rey y la reina y ambos contendores ambicionaban ganarlos para su causa pues era muy poco relevante jugar solo con piezas de poco valor. Los mercaderes y los ricos recibían un trato especial en los templos de aquellos guías espirituales, después de todo en mi pueblo el dinero no sobraba y tanto el pastor como el cura querían tener el mejor templo para honrar la palabra de su Señor.

Algunos habitantes del pueblo, muy pocos en verdad, no iban ni a la asamblea ni la parroquía, preferían leer los domingos y no se convencían del todo con la interpretaciones de Dios que daban los citados guías. En sus reuniones los fieles y los hermanos se referían a ellos como los monos darwianos, por un tal Darwin que había escrito alguna vez que los hombres proveníamos del mono. Este grupo de mi pueblo era compadecido por los dueños de la fe y a su vez la asamblea y la parroquia con toda su tropa de crédulos, eran una prueba irrefutable acerca de la estupidez humana para los monos pensantes.

Nunca hubo consenso en mi pueblo con respecto al tema de la fe. El pastor cada día se parecía más a los ricos del pueblo debido a sus bienes a los cuales sus fieles llamaban bendiciones, el cura tenía hijos repartidos por todas partes y esos niños de ninguna manera podían llamarle padre, los monos darwianos no podían ser del todo felices porque se la pasaban rabiando con las mentiras y sinverguenzuras de los hombres que en mi pueblo se habían adueñado de la fe.

Si Jesús hubiese vuelto alguna vez y hubiese pasado por mi pueblo de seguro nadie se hubiese dado cuenta de su paso. Lo más probable es que el cura no le hubiese permitido la entrada a su parroquia por vestir con harapos (lo que era una falta de respeto en la casa del señor), el pastor le hubiese mandado a bañarse y a cortarse el pelo por que nada más alejado del señor que los vagabundos y los monos darwianos seguramente lo hubiesen compadecido por su aparente pobreza y se hubiesen puesto a conversar con él acerca de las injusticias sociales para ver si lo convencían con aquello del comunismo.


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