
No sé si en otros países sea así, pero en el mío los eventos culturales de real trascendencia no están al alcance de todos los interesados en verlos. Puede ser que la misma miopía que afecta a aquellos que creen que la buena educación es posible solo en los sectores acomodados incida al momento de decidir el lugar en donde se montaran exposiciones y se presentaran conciertos de calidad. En nuestro caso es en los sectores altos y parece ser que si la necesidad de alcanzar aquellos pedazos de arte verdadero se impusiera a los obstáculos geográficos, hubiese un último y definitivo impedimento para aquellos que no teniendo un cierto nivel socio-económico anhelan presenciar estos eventos: el valor de las entradas. Son tan altos que es imposible adecuarlos al pobre presupuesto mensual de quien estudia o trabaja en labores mal remuneradas.
Algunas personas (los menos) sienten hambre de cultura y tal nómadas buscan el sustento para su espíritu; otros (los más) se conforman con lo que la televisión les da. Televisión basura para las clases bajas como si en ellas no existiese la necesidad de fascinarse con retazos de verdaderos tipos de arte. Es tal el nivel de ignorancia que la televisión promulga que quienes se nutren de ella corren el grave peligro de perder su capacidad de sorprenderse ante un cuadro o de darle trabajo a las neuronas descifrando algo en un cine no comercial. Aunque se debe reconocer que muy de vez en cuando la televisión se aventura a programar algo de alta cultura, lo hace en horarios de baja audiencia.
Los intelectuales no son los únicos deseosos de más y mejor cultura. Hay hijos de obreros que quieren ser poetas, hijas de costureras que sueñan con el ballet. Qué la cultura y la buena educación están al alcance de cualquiera que se esfuerce, es una mentira; que las autoridades se preocupan de entregar eventos culturales a las masas, puro circo sin pan. Dejémonos de tonterías; hay cultura para algunos y circo para muchos.
Algunas personas (los menos) sienten hambre de cultura y tal nómadas buscan el sustento para su espíritu; otros (los más) se conforman con lo que la televisión les da. Televisión basura para las clases bajas como si en ellas no existiese la necesidad de fascinarse con retazos de verdaderos tipos de arte. Es tal el nivel de ignorancia que la televisión promulga que quienes se nutren de ella corren el grave peligro de perder su capacidad de sorprenderse ante un cuadro o de darle trabajo a las neuronas descifrando algo en un cine no comercial. Aunque se debe reconocer que muy de vez en cuando la televisión se aventura a programar algo de alta cultura, lo hace en horarios de baja audiencia.
Los intelectuales no son los únicos deseosos de más y mejor cultura. Hay hijos de obreros que quieren ser poetas, hijas de costureras que sueñan con el ballet. Qué la cultura y la buena educación están al alcance de cualquiera que se esfuerce, es una mentira; que las autoridades se preocupan de entregar eventos culturales a las masas, puro circo sin pan. Dejémonos de tonterías; hay cultura para algunos y circo para muchos.
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