Basta el simple hecho de contarla para provocar miedo o
fascinación (según el carácter) en quien escuche la historia. Es uno de los
pocos casos donde la película es mucho mejor que el libro que la inspiró y es
que no cabe duda, Alfred Hichcock era un genio. En Psicosis podemos encontrar, por lejos, su película
más conocida. Una historia de robo y asesinatos que sigue maravillando
principalmente por la maestría en el montaje de los sucesos.
La que creemos la protagonista; Marión (Janet Leigh) roba dinero de su trabajo y huye intentando
empezar una nueva vida con su amante. En su afán de alejarse de lo que antes
fue, se pierde en la carretera y se ve obligada a pasar la noche en un
abandonado motel el cual es atendido por Norman Bates (Antonhy Perkins) un enigmático joven que al parecer vive con
una subyugante madre. Marión desaparece y su preocupada hermana (Vera Miles) y un detective (Martin Balsam) contratado para recuperar el dinero robado van tras sus pasos. Búsqueda que los conducirá a un motel que ya es parte de la cultura popular de gran parte del mundo.
La represión de los deseos más ocultos, la dependencia
emocional y la maldad en su estado más puro se turnan para deambular ante
nuestros sorprendidos ojos. Presenciamos la mítica escena del asesinato en la
ducha y resulta que la película está recién en su primera parte. A partir de aquí
comprendemos que los verdaderos protagonistas son Norman y su madre; madre que
puede darnos más de una sorpresa; porque así era el cine de Hichcock, un genio
tantas veces imitado, y reverenciado con justo derecho. Ésta tal vez sea la
película que todo aquel que la haya visto recomendará. No se la pierdan; es
seguro que aunque conozcan el delirante secreto de Norman Bates, querrán ver la
película muchas otras veces.
Una mención a parte para la música compuesta por Bernard Herrmann. En especial, la composición para la escena del asesinato en la ducha, un delirante juego entre violines, violas y violonchelos que hasta el día de hoy, pone los pelos de punta.
Una mención a parte para la música compuesta por Bernard Herrmann. En especial, la composición para la escena del asesinato en la ducha, un delirante juego entre violines, violas y violonchelos que hasta el día de hoy, pone los pelos de punta.



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