Hace algunos días visitó nuestro pueblo pequeño la más alta autoridad eclesiástica que nos podía visitar. Fue a la cárcel de mujeres donde vio niños y niñas que estaban presos, se reunió disimuladamente con los poderosos, recorrió templos y caminos; habló mucho y dijo poco; pero sobre todo, volvió a defender lo indefendible. Él que pide que creamos no cree en las personas; él que encabeza la fe de aquellos que durante siglos han creído sin ver, exige pruebas para creer en una verdad que sin necesidad de pruebas para todos es evidente. Pide que los jóvenes se conecten en un pueblo donde las peores cosas se escriben amparados en el anonimato de las redes sociales.
Vino y se fue; su visita para pocos fue lo que se esperaba; muchos le vieron a disgusto por la televisión que aunque laica, obligo a justos y a pecadores a ver en todo momento aquello que hacía y omitía tan santo hombre. Los viudos de lo banal se apresuraron a escribir a los diarios exigiendo la inmediata reposición de las tonteras; pedían, el fútbol y la farándula nuestra de cada día, pero los medios que siempre deciden qué es lo que las personas deben ver, leer y escuchar...decidieron que a la gente no les venía nada mal un poco de santidad.
Debo reconocer que a la visita en cuestión yo le respeto; me parece notable su trabajo con los marginados cuando no necesitaba movilizarse en vehículos blindados y como pocos albergué esperanzas de verlo dirigir una iglesia diferente; pero al verlo de cerca debo reconocer que la esperanza será siempre más bella que la realidad.
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