
Algunos aprenden a no mostrar jamás su verdadera cara.
A sonreírle a todos y a no quemar jamás su buen nombre.
A no indignarse por la desigualdad y el dolor ajeno porque
lo primero en la vida siempre son ellos mismos.
Algunos hablan de amor a Jesús pero no han aprendido nunca como se hace para que vengan los niños.
Algunas encabezan campañas de solidaridad pero de sus bolsillos nunca sacan nada.
Algunos tienen poder y otros simplemente lo ambicionan.
Algunas se hacen las damas cuando no son más que viejas resentidas.
Algunos se dejan pisar por el jefe y llegan pisando la fragilidad de sus hijos y sus mujeres ebrios de la impotencia que otorga el ser cobardes.
Pocos son lo que quieren ser, es una falta de respeto ser uno mismo entre tantos que ni siquiera tienen un solo rostro.
Es una muestra de mala educación ser feliz entre amargados y hablarles de libertad a los que llevan yugos impuestos por la fe o la ideología.
Algunos hablan de superar la pobreza y evitan a toda costa que los pobres se eduquen, para ellos los pobres solo existen cuando se cuantifican en votos.
Muchos hablan de amar al prójimo y de ser tolerantes pero ni aman al que cae en desgracia ni toleran al distinto. Se sienten las victimas y culpan a los que los ofenden de perseguir sus benditos actos.
Todos ellos y ellas gozan de muy buena salud en esta sociedad mercantil y competitiva. Los que no disimulan, los que se sienten alegres de su imperfección son el mal ejemplo.
No se le ocurra a nadie llevar a los actos lo que tan bien funciona en las palabras.
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