Llevaba años esperando quién sabe qué. Se había hecho vieja cuidando niños que no le pertenecían, sembrando una alegría que nos siempre alcanzaba para ella. Le faltaba tan poco para jubilar, sin embargo no se sentía cansada; más bien sentía que podía dar bastante lucha todavía. Oponerse a la eterna costumbre de los alcaldes de mentirles con respecto a que los niños eran lo primero, concientizar a aquellas colegas que siguen pensando que pelear por lo que se considera justo es cosa de comunistas. Sentía que aún podía hacer tantas cosas, pero la salud nunca le había acompañado del todo.
Tal vez por mala suerte o solo porque era ella misma, la salud le fallaba muy seguido; y no era solo que se enfermara, también le perseguía la mala suerte. diez accidentes con resultado de reposo absoluto en menos de dos años. No es que siempre el karma le hubiese funcionado así, era cosa de estos últimos años en que ya no se sentía tan útil ni para su hermana, ni para las colegas de su escuela. Se daba perfectamente cuenta de que vivimos otro tiempo, uno en que tener es más importante que ser.
Ella era, más bien había sido y seguiría siendo una romántica empedernida. Leía poemas y novelas de amor aguardando a aquel que vendría a completar su alegría. Siempre había sido independiente, hace muchos años que vivía sola, esperaba por ese compañero con el que conversaría sobre los pesares del día a día. Sufría de nostalgia de las caricias que su cuerpo no había recibido nunca, la ausencia de los besos que todavía no le habían dado y esperaba hace muchos años acostada en su cama como una esquela sin sobre que le contuviera; repleta de anécdotas que nadie escuchaba, de pasión que nunca había desembocado en cuerpo de hombre alguno y de toda una vida que ni siquiera a ella misma le pertenecía.
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