Me cuesta comprender que haya quienes no escuchan o poco les interesa
lo que digan las letras de las canciones. Si bien, también soy capaz de divagar
con una sobresaliente ejecución instrumental o las maravillas que es posible
hacer brotar de sintetizadores y órganos eléctricos; nada me conmueve más que
la poesía o las imágenes que quedan en mi mente tras escuchar algunas
canciones.
Puede ser la tragedia que
campea a sus anchas en algunos tangos, las lagrimosas manifestaciones del amor
mal correspondido tan propias de los boleros y los corridos mexicanos o la simple
ternura de ciertos compositores que han escrito y cantado al amor de nombres
sencillos en el pasado y el presente con una inspiración muy difícil de falsear
cuando no se tiene.
Ha ratos necesito escuchar
música alegre que otorgue un respiro a la natural melancolía que a cada rato me
acompaña. Necesito de momentos y de canciones que me permitan integrarme a la
celebración colectiva; entiéndase la cumbia, la salsa o el rock en español, sin
embargo, me resulta inevitable mendigar algo de contenido en los textos. No
concibo la música que es únicamente para bailar, la respeto, pero allí están
Rubén Blades y Juan Luis Guerra para dar testimonio de que las canciones que se
bailan también pueden decir algo.
Estas apreciaciones mías no
tienen ningún otro propósito ni validez que el de explicar una de las
necesidades que a diario me aquejan. Cada vez es más común que las canciones
digan lo mismo o que a no digan nada. No es cosa de tan solo añorar el pasado y
obviar que aún es posible darles contenido a las letras de las canciones que
los nuevos artistas nos ofrecen. Ejemplos hay en el pasado, pero también hay en
nuestro presente.
Es de esperar que siga existiendo esta necesidad en las personas de encontrar aquello que no sabían cómo explicar en las canciones, que sigan existiendo valientes que se atreven a cantar aquello que no está de moda, a escribir canciones que no sonaran en las radios que subsisten con comerciales. Canciones que inevitable llegaran a los oídos de aquellos a quienes estaban dirigidos los desesperados intentos de decir que todo no está perdido. Nada estará perdido mientras siga habiendo quienes se detienen a pensar sobre aquello que dice las letras de las canciones.

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