Hace dos martes (nunca me han gustado los días martes) estuve de cumpleaños. No sentí la necesidad de compartir entonces y llegado el día sábado de aquella semana, caí en cuenta de que ya había completado la cuota de entradas que me propuse para cada mes en lo referido al mes de enero. No fue en absoluto un problema, más bien una bonita oportunidad de pensar mejor que querría compartir con quienes aún leen este blog. Podría comentar algún buen disco, contar que he estado haciendo en unas vacaciones que tienen horizontes muy estrechos y sin embargo emociones tan profundas, contar lo mucho que he leído y lo banal que pueden llegar a ser las películas que puedo llegar a ver cuando considero que me sobra el tiempo.
Podría contar sobre como algunas veces aprovecho las vacaciones para hacer remodelaciones a rincones de la casa que son casi invisibles cuando se está perdido en la neblina de los deberes por cumplir que han sido acordados por contrato. Escribir acerca de cómo es que se puede redescubrir la pasión disimulada bajo el manto de la rutina que no pocas veces nos engaña y nos lleva a pensar que el amor, el interés o cuando menos las atenciones con respecto a quien duerme a nuestro lado eran detalles pertenecientes únicamente al inicio de nuestras relaciones. En vacaciones se puede volver a vivir un romance, una complicidad que hasta a nosotros mismos nos puede parecer ridícula a la luz cegadora de los deberes que cumplimos por contrato.
Me gusta insistir en que cuando no estamos de vacaciones actuamos por contrato y no me refiero exclusivamente a los contratos laborales, también me refiero a los contratos sociales que nos entorpecen más de lo que debiéramos permitirnos cuando se trata de expresar nuestras emociones y las necesidades que verdaderamente importan; esas que descuidamos cuando acostumbramos al cuerpo a ser un mero vehículo, una máquina que va de aquí para allá llevándonos y permitiéndonos cumplir con variados horarios de trabajo y responsabilidades que no siempre forman parte de lo que nos hace felices. En vacaciones es distinto; es distinto porque no hay excusas para seguir martirizándose con los contratos que no se han firmado ni aceptado. No importa que uno no pueda (o no quiera) ir a ninguna parte. Es maravilloso contar con un tiempo para uno mismo y hacer con ese tiempo lo que uno quiera.
Se pueda viajar muy lejos por medio de los libros y las películas, asistir a conciertos en vivo que nos perdimos por medio de los medios audiovisuales que hoy tanto abundan, poner un disco (vinilo, compacto...lo mismo da), un casete o un pendrive en algún aparato que permita reproducir música, preparar alguna cosita rica para picar, servirse aquello que cada uno quiera tomar y hacerse responsable de una de las más importantes responsabilidades que un ser humano debe asumir en cualquier momento de su vida...¿qué hacer consigo mismo cuando no es necesario jugar los juegos que a diario jugamos como parte de una sociedad cada vez más demandante? No se angustie ni se deje manipular mirando por televisión cómo es que otros van de vacaciones a lugares maravillosos a los cuáles usted no podrá ir este año (siguen habiendo quienes no pueden ir a esos lugares ni este ni ningún año), le invitó a que repare en los rincones que a diario habita y no había podido ver, en las personas con las que no conversa cuando dice que no tiene tiempo o ha verse a usted mismo o misma, regalonear o regalonearse.
El tiempo pasado los treinta años va cada vez más rápido...disfrútelo ahora que cuenta con algo de tiempo. No vaya a ser que los días, el mes o los meses que tiene para descansar los malgaste quejándose de su mala suerte y comience una vez más el año laboral y lo encuentre hundido o hundida en el mismo pozo sin fondo en donde lo dejó el año que recién acaba de terminar.
Comentarios
Publicar un comentario