De a poco, muy lentamente mi pueblo fue cambiando. Después de años de creer que nada pasaba, que el peso de la rutina nos seguiría aplastando día a día contra el polvo del suelo, casi sin mirarnos a la cara, dudando en cada instante, aguardando el zarpazo que habría en algún momento de rasgarnos la sensible tela de los sueños.
Algunos amábamos a pesar de que no se suponía conveniente, algunos escalaban posiciones a pesar de que no nos parecían competentes, algunos sembraban el veneno tan solo para desprenderse de tanta amargura que llevaban dentro; y otros, sin importarles en lo más mínimo el paso del tiempo, como si vivir fuera agua que por si misma va decantando.
Hubo entonces que elegir a quien gobernaría como lo veníamos haciendo hace tanto tiempo. La mayoría tomaba partido y nosotros desorientados como nunca como temiendo equivocarnos con el voto…las desvergonzadas ambiciones que sedientas se arrastraban camino hacía el poder no nos convencían entonces ni lo hacen hoy ni lo harán mañana, no a los que no anhelamos ningún sinónimo del poder; por lo que contrariando nuestras propias deducciones arruinamos las papeletas profundamente concientes de lo que estábamos haciendo.
Habría que aguantar, pero a veces es así; la tormenta es la única capaz de arrastrar la basura de las calles, aunque sea catastrófica…cuando las calles estén más limpias todos podrán ver mejor con aquellos ojos que de tan grises no reconocen las tonalidades en las flores de nuestra plaza pública. Tras el termino del conteo supimos que habíamos emprendido un retroceso en todos nuestros tiempos, los que creyeron ser invencibles conocerían el cenisiento gusto de la palabra derrota, los que creyeron perder el poder para siempre sonrieron al constatar que el desencanto de mi pueblo se los ha devuelto en papel dorado…los que creímos ser grandes intentando comportarnos responsablemente, volveremos a ser niños…es tanto el cansancio, son tantas las decepciones.
Sin embargo, cuando el viejo jardinero termine su jornada de trabajo ya al caer la tarde, podremos sentir todavía el aroma de la tierra húmeda, de la hierba desafiante, sentir la brisa que amenaza con mover los cimientos de lo que parece inamovible, confundirnos con la alegría de los ruidosos enjambres de niños y niñas que corren gritando por las calles, sentir la tibieza de nuestros propios brazos cuando nos arropamos porque está empezando a hacer frío. Podremos observar tranquilos el paso de una nueva estación que por supuesto no será para siempre.
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