Qué angustiante es la necesidad y la tristeza cuando no puedes hacer nada en un momento determinado por los otros. No puedes a pesar de tu serenidad dar consuelo a quién todo lo pierde. No puedes salir corriendo y levantar los escombros que nuestra ignorada fragilidad ostenta a modo de mensaje sobre el suelo. Ves gente temblando ante la sola idea de que algo peor ocurra, ves niños jugando entre colchones y muebles asilados junto a sus madres en las plazas públicas, ves turbas desesperadas intentando conseguir articulos de primera necesidad pues ya ha sido mucha la angustia y la espera y vez lo que creías que solo era posible en países desesperados ante la miseria y piensas que tal vez ahora se comprenderán mejor los días, las semanas, los meses y los años en que algunos países viven sumidos en esta angustia, en esta necesidad de pan y abrigo.
Pero ves además lo que no quisieras ver; ves a quienes corren para saciar su inacabable hambre de venganza social, ves a quienes ocultan en la sombra de sus secretos el odio y la envidian para con quién tiene los bienes materiales que ellos no alcanzan, a aquellos indeseables moscos que revolotean con su egoísmo sobre la miseria de los que actúan desesperados. Te quedas mirando a aquella madre que observa paralizada en una esquina repitiendo: "en la radio dijeron que estaban regalando mercadería, pero así no" entonces ella abrazando a su pequeña niña se vuelve invisible para la turba pues a pesar de la necesidad no recurrirá al delito para saciar el hambre que hace horas sienten.
Confirmas que el respeto por el ser humano en esta tierra como en muchas otras partes parece enterrado bajo las paredes de la corrupción y como los hogares que debían brindar protección caen delatando el ineficiente material con que fueron hechos. Ves a los resentidos apartarse del grupo y acusar discriminación cuando ellos y ellas son incapaces de dar dignidad a sus propios hijos e hijas. Ves que aumentan las cifras de muertos sabiendo que aún faltan por encontrar tantos cuerpos.
Te das cuenta que a todos nos puede pasar, oyes que nuestro desastre es 900 veces más poderoso que el que cayó hace tan poco tiempo sobre tus hermanos más necesitados y piensas: ahora somos nosotros los que precisamos de ayuda y ojala te llegues a dar cuenta de que toda ayuda parte por ayudarnos nosotros mismos a ser mejores personas. Mirar a tu alrededor, ocuparte de quién te pueda necesitar y dar gracias si estás en pie porque no todos al caer la noche podrán presumir de lo mismo.
Dormirás esta noche pensando que nuevamente la inesperada visita baila entre nosotros; que esta vez da saltos entre los escombros y que como a todos, a alguien que conocías se llevó con ella. No se trata de pensar los míos están bien, sientes el dolor aquel que pincha en tu corazón; son agujas que te hielan los sentimientos cuando te enteras que el techo les cayó encima a tres seres maravilloso que conocías y que ellos junto a cuatro de sus seres queridos dormirán un sueño que para quienes los conocimos será eterno al ver que no se levantaran mañana junto a nosotros. Es por ellos, por los que ya no podrán levantarse que nosotros debemos levantarnos. Sacando quién sabe de dónde las fuerzas para demostrar que las cosas no pasan por que sí…es que a nosotros nos falta tanto todavía por aprender.
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