Simone se declaró atea, libre y mujer como a los catorce años, Gabriela
abandonó la tierra que amaba cansada de tener que demostrar que una mujer es
mucho más de lo que le decían que tenía que ser la mayoría de los hombres de su
tiempo y Frida tuvo que soportar dolores que seguro hubiesen hecho llorar al
más macho de los hombres.
Simone tuvo que escribir libros
para explicarles a los hombres aquello que tanto les costaba entender, Gabriela
de no dejar de ser profesora en aquel valle donde educaba, seguro no sería
recordada por nadie, Frida tuvo que aprender a ponerse de pies al menos tres
veces para demostrarse a sí misma que una mujer elige cómo es que quiere ser
vista.
Las tres tuvieron que aprender
a vivir sus vidas de espaldas a lo que las sociedad de su tiempo decía que era
lo correcto, aprender que la mujer no nace sino que se hace, que no traer hijos al mundo puede ser un dolor pero
también una decisión personal, que no es verdad que las mujeres nacen para ser
princesas, que quien ama a uno puede amar a otros, que aquello que ellas
escribían o pintaban trascendería a la miopía de su presente. De alguna forma
ellas sabían que serían rescatadas en un tiempo futuro, un tiempo que es este
tiempo en que se corre el peligro de quedarse anclados y ancladas a las
consignas, a las re-interpretaciones de sus imágenes, ahora a todo color y
manipuladas para servir a una causa que ellas no buscaban.
Ellas amaron cuanto quisieron y
a quienes quisieron; no las entendieron, tampoco se pusieron a dar
explicaciones pues sabían que la libertad no se logra no necesitando a otros o
a otras, se logra pudiendo ir y venir sin estar obligadas u obligados a
permanecer junto a aquellos o aquellas que elegimos permanecer. Ellas sabían
que un mundo donde hombres y mujeres puedan ser lo que nacieron para ser no es
un despropósito aunque todavía exista tanta gente que se opone a esto.
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