Si las mujeres hubiesen podido gobernar un poco más seguro sería menor la corrupción, no hubiesen sido ni la primera ni la segunda guerra mundial, el presupuesto de los países seguro no hubiese sido malgastado en tanto armamento.
Si alguna vez son más las mujeres que los
hombres que gobiernan seguro deberán recordar que se precisan mujeres que no
tengan el impulso de destrozar a las otras mujeres. Mujeres que puedan
resistirse a la envidia y al resentimiento, a la fascinación por la comidilla y
el comentario sin mayor fundamento.
Será necesario oponerse al odio de clase,
al miedo a la diversidad de géneros, a la inexplicable inseguridad que les impide
ser ellas mismas, dejar de esperar gustarles a las y los otros sin creer por
ello que lo que piensan o sienten los demás está de más.
Tuvieron que superar sus propios miedos, la
inseguridad que les impregnaron las revoltosas para ser recordadas a diferencia
de tantas que como gotas en el agua son mucho más olvido que reconocimiento.
Las mujeres siguen definiéndose en base a su relación con los hombres; son
abuelas, madres, esposas e hijas y es por eso que no trascienden, por eso que
les cuesta tanto reconocer a otra mujer cuando sobresale; pueden ser las
mujeres las más crueles verdugos de otras mujeres.
Las revoltosas han intentado decírselo a
quienes quisieran escucharlas, leerles o no pasaron por alto sus silencios. No
solo los hombres deben ser reeducados, las mujeres deben demostrarse así mismas
que sus logros no son gratuitos; leer, comprender que ha sido tanta la vida
inutilizada de las mujeres, cuidar de no convertirse en aquello que a lo largo
de su historia les ha causado tanto daño.
Si algún día las mujeres recuperan el
sitial del que nunca debieron ser arrancadas por la ignorancia y la prepotencia
de aquellos, que no entendiéndolas, decidieron zanjar las diferencias con
violencia; deberán cuidar de no convertirse en aquello que la mayoría de los
hombres han sido hasta ahora.

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