Bien temprano tuve plena claridad de mis
limitaciones literarias. Nunca he quedado verdaderamente conforme con lo que
escribo, cometo errores a pesar de las exhaustivas revisiones y, aunque parezca
absurdo, no puedo separar mis actos de lo que escribo. No resulta tan fácil no
exponerse cuando uno escribe, intento no ser pretencioso, no obstante, me he
descubierto algunas veces pretendiendo ser valorado.
Las personas que se expresan por medio de
algún tipo de arte buscan en algún minuto el reconocimiento de la gente y para
la mayoría de aquella gente no resulta demasiado difícil reconocer y hasta
celebrar el arte que es puesto a su alcance, el problema es que la necesidad
del arte pocas veces ha sido considerada una necesidad básica, que los artistas
si bien reconocidos no son valorados ni demasiado expuestos pues el verdadero
arte termina casi siempre por volverse peligroso para aquellos regímenes
políticos que buscan tener a sus ciudadanos bajo control.
Noté que soy de aquellos que se estremece
mucho más por aquello que ve, oye o lee que por aquello que pueda mostrar,
decir o escribir. De no mediar cada cierto tiempo alguna persona que me animó a
hacer públicos mis escritos, esos escritos hubiesen permanecido para siempre en
los cuadernos y papeles sueltos que he ido llenando y botando con regularidad.
Curioso me resulta hasta el día de hoy que
esa persona que me alienta a seguir escribiendo no haya sido nunca parte de mis
más cercanos, que no sean aquellos con quienes he pasado más tiempo quienes
alimenten la vanidad de escribir. Esta constancia lejos de entristecerme me
otorga un equilibrio que cualquiera que haya trascendido más allá de ser
reconocido puede comprender.

Comentarios
Publicar un comentario