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El lector de libros electrónicos

Desde siempre le gustó leer. Cada vez que se compraba un libro sentía que había adquirido un bien invalorable. No tenía dónde dejar los libros que compraba, así que los amontonaba cerca de dónde dormía. Nunca fue de la idea de acumular bien alguno, por lo que intentaba conservar, únicamente, los libros que todavía no había leído. Leía mucho; hasta cinco libros en un rango acotado de tiempo. El que le parecía más interesante lo terminaba primero; los menos interesantes iban quedando para el último. Los leía todos porque todos los libros son interesantes; unos más que otros, pero todos merecen ser leídos. 

Iba de un lugar a otro caminando o en transporte colectivo; si es que el destino al que se dirigía se encontraba distante. No podía ir de aquí para allá llevando, en su pequeño bolso, todos los libros que estaba leyendo. Intentaba guardar en su bolso sólo lo necesario. Uno o hasta dos libros pueden ser necesarios y se debe dejar espacio, en ese bolso que portará solo lo esencial, para una botella de agua, curitas y papel de más de un tipo. Lápiz, porque es posible que haya que escribir, o un chaleco; porque nunca se sabe, con certeza, cuando hará calor y cuando hará frío.

Había visto, en el transporte público, a cada vez más jóvenes profesionales leyendo en esos aparatos modernos en  los que, hace varios años ya, leen libros las personas que pueden gastar importantes sumas de dinero en comprarse bienes como esos. Tecnología que nunca para de mejorar y que sus usuarios saben muy bien que, tarde o temprano, cambiaran. Lectores de libros digitales les llaman; en ellos caben muchos libros. Se leen parecido a como desde siempre se leen los libros y pesan mucho menos de lo que puede llegar a pesar un solo libro. Perfecto para quienes necesitan llevar muchos libros a donde quiera que van.

Encontró, en un persa, a una señora que vendía uno de aquellos aparatos; lo vendía muy barato. Quiso imaginar que la señora aquella era quien hacía el aseo en  la casa de alguien que sentía la necesidad de cambiar estos bienes, propensos a ser cambiados, por una versión mejorada. Que se lo habían regalado y que la señora lo quería vender porque no lo iba a usar. Compró el lector electrónico para conocer algo sobre aquellos bienes que, a pesar de no ser precisamente baratos, puede ser que alguien tampoco los quiera acumular. Puso entonces muchos libros en la memoria del lector. Hubiese queridos leerlos todos de una vez; en su bolso ahora cabían colecciones completas y hasta esos libros que usan más de mil páginas para contar lo que necesitan contar. 

Imaginaba, ahora, que era cosa de tiempo leer los libros que había postergado por ser demasiado gruesos o desproporcionalmente caros. Cosas que imagina alguien que lee por necesidad; como quien necesita dormir o como quien necesita soñar.              

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