Leyó "Bendita mi lengua sea" que eran los diarios de una mujer enorme que por muchos años estuvo encasillada en una pequeña caja que muy poca justicia le hacía a su enorme estatura moral y creativa. Avanzó con la saga de "El cementerio de los libros" que a tantos a cautivado incluso en periodos en que no hay posibilidad alguna de vacaciones. Todo eso en tres años y la historia apenas estaba empezando. Había comenzado a leer "Ulises" pero algo no estaba resultando. Dicen que Jorge Luis Borges había dicho (o escrito) que, si tuviese que permanecer en una isla por muchos años y sólo pudiese llevar un libro, que ese libro sería el "Ulises". Llevaba leída la mitad del libro y todavía no sentía ninguna afinidad, ni interés con respecto a aquello que sucedía en un solo día contado en cientos de páginas. Nunca se consideró particularmente inteligente por leer tanto, ni siquiera ahora que podía leer los libros que por caros no había leído. Avanzó en su lectura con una serenidad que desconocía y se propuso terminar la obra aún así tuviese que buscar, después de leerla, explicaciones.
Así era la cosa con esa extraña necesidad de la lectura. No pocas veces la frustración se apodera de quien lee sin comprender. Dejar de leer debido a eso, le parecía una decisión incorrecta. Nunca se había permitido la derrota y mucho menos ahora se la permitiría. Insistía en la lectura en cada uno de los momentos que podía. No leía en público, mucho menos en horas laborales. Leía en los rincones del lugar en donde viví en tandas no mayores de una hora. Leía un rato, hacía otra cosa y después leía otro rato. Continuó leyendo libros impresos y algunas veces se puso a pensar acerca de lo bien que se pueden llevar los libros físicos con los libros virtuales cuando se tiene la posibilidad de contar con los medios adecuados.

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