
En Diciembre del año pasado me regalé a mi mismo la impagable dicha de escuchar la discográfica completa de Los Beatles remasterizada. El lanzamiento de los discos había sido en Octubre, si no me equivoco. Mi sobrino estaba orgulloso de haber comprado el álbum sgt. pepper's lonely hearts club band. Era su primer lujo después de meses de trabajo y coincidimos en que bien que había valido la pena esforzarse para poder gastar el dinero ganado en tan reconocida obra de arte.
No tardé demasiado (bueno ya se sabe, dos meses) en conseguir los discos. En Enero de este año y aprovechando las vacaciones, dedicamos dos mañanas para pintar la casa y escuchar juntos los 14 discos. Qué escribir cuando los entendidos en música ya lo han escrito todo. Descubrimos instrumentos que en mono jamás habíamos oído, las voces sonaban claras y los acordes de tan característico beat más contagiosos que nunca.
Las obras finales a la altura de lo mejor de la historia de la música (como muy bien todos sabemos) violines, citaras, arreglos de voces ampliando el universo en donde divagan nuestros más profundos sentimientos, pintábamos aquellas mañanas un pedazo del firmamento; emoción e inspiración sin ponerle nada al cuerpo que no sea el natural placer de escuchar letras y música perfectamente escrita.
Han pasado cuarenta años de la separación, una separación más que natural tomando en cuenta que al menos tres de sus cuatro integrantes fueron genios en su arte (el cuarto por qué no decirlo, uno de los más grandes genios en la bateria). Les bastaron menos de diez años para ser un renacer de lo que se entendía por música, para reinventar casi todas las posibilidades, pasaron de la composición insulsa a la más profunda y trascendental composición.
Como otros grandes sabemos muy bien que otros cuarenta años y cuarenta más y muchos años más seguirán estando. Es el destino de los que cambiaron al mundo y en el caso de ellos sin ni siquiera saberlo. Tocaban en pésimas condiciones, alojaban en cuartos no demasiado caros, disfrutaban y casi no entendían todo aquello que producían y dejaron de tocar en vivo consientes de que la histérica multitud de tanto gritar ya ni siquiera los escuchaba. Profesionales al grado de estar días y días buscando el sonido preciso que dibujara en los oídos de los otros lo que a ellos le revoloteaba por dentro.
La droga, las frases oportunas y las inoportunas, los cambios de apariencia no fueron más que sencillos complementos ante lo por entregar. Son y serán, no cabe duda, lo más grande del siglo XX, no porque los admiradores de sus obras lo digamos o lo escribamos. Es una aseveración con fundamentos artísticos y comerciales. Puede ser que muchos no sean aún capaces de notar todo lo que dicen de ellos y no entiendan el por qué de tanta fama, puede ser que alguien los encuentre aburridos, pero todo aquello no hará más que afirmar aquello de que nadie es monedita de oro, ni siquiera el grupo más importante de los últimos cien años.

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