A muy pocos les he contado una extraña obsesión que de vez en cuando me aborda. Es una obsesión incomoda, a veces insufrible e incluso agotadora. Se trata de una manía que a ustedes les puede parecer poco práctica, pero que definitivamente me cuesta evitar. Cuando un artista o un conjunto de artistas capta mi atención y paso al comprometedor instante en que reconozco que me gustan, necesito oír, escuchar o ver ojala la mayor parte de su obra. Me explico; si me gusta un escritor, necesito leer tantos libros y escritos como me sean posibles; si me gusta un o una cantante, necesito escuchar toda su discografía y si es un o una directora de cine, ver todas sus películas. Ya ven que es incomoda esta obsesión por las obras completas; sin embargo me ha otorgado momentos indiscutiblemente inolvidables. Recuerdo de adolescente los ciclos de películas de Buster Keaton, las películas del periodo inglés de Alfred Hitchcook en institutos culturales que se apiadaban de quienes mendigábamos algo de la cultura que ahora está al alcance de casi todos. Recuerdo las colecciones de casetes de algunos conocidos que conseguía prestadas por algunos días que me permitían constatar que ciertos cantantes o grupos musicales me gustarían siempre. Estaban por otra parte los escaparates de las librerías que en mi infancia ofrecían gruesos tomos con las obras completas de Edgar Allan Poe, Mark Twain, Frank Kafka y tantos otros, la sensación de impotencia tomando en cuenta mi escaso, muy escaso presupuesto en aquellos años.
Sin embargo, nunca di ni doy nada por perdido y conservé algunos libros, algunos casetes y no pocas películas que muy poco a poco fui comprando. Arribe a la modernidad a partir del año 2002 y me encontré frente a frente con un universo inabarcable llamado Internet; pude presenciar con inusitada envidia como era que los que sabían cómo, subían películas, libros y discos que otros que también sabían descargaban, editaban y vendían en el mercado informal. Por aquellos años pude presenciar discos con obras casi imposibles de encontrar en otra parte, opciones ridículamente más baratas que las que ofrecía el mercado oficial. Muchas veces la apuesta me otorgó el el de perdedor pues en aquellos años el arte o delito (usted decida) de hacer copias más económicas de los bienes culturales no había alcanzado el nivel de demanda que hoy tiene, pero me permitió acceder por primera vez al catalogo completo de obras de arte con que desde la infancia yo soñaba.
Los escritores, los músicos, las bandas, los pintores, actrices, actores y directores son muchísimos más de los que aquí apenas menciono. En cada ocasión que me ha sido posible comprar una copia original de la obra y no sentir que me están robando lo he hecho; he procurado compartir con otros muchas de las obras que en copias he ido guardando, si he cobrado ha sido con la finalidad de seguir comprando y compartiendo las obras completas a las que debiese tener acceso todo aquel que las valore. No me refiero a toda aquella porquería que se pone de moda y luego es arte desechable, ustedes saben que tanto en el cine, como en la literatura y la música abundan ejemplares que nacen destinados para ser desechados, me refiero a aquellas obras que trascienden cualquier tiempo, popularidad o anonimato; aquellas obras que algunos buscamos para tener al menos una vez en la vida la posibilidad de sentir, emocionarnos y comprobar que en medio de tanta banalidad todavía somos capaces de conectarnos con otros seres humanos.
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