Me han sugerido que las envíe. Que domine el
miedo de hacerles cruzar el Atlántico para que lleguen hasta donde tú estás
como regularmente te han de llegar los afectos de quienes te piensan.
Conoces de la de la admiración y del respeto que te
rodean; presientes, seguro, lo que sentimos aquellos que estamos más lejos de
tu voluntario retiro. Entiendes desde tu distancia que habemos muchos que por
variados motivos te recordamos. Que te vemos niña, prodigio y alegre en
aquellas películas con las que al fin te has reconciliado. Miramos tus fotos de
adolescencia, entendemos que de variadas formas muchos de nosotros vivimos
nuestro propio paso de la infancia a la adolescencia a trasmano de los pasos
tuyos. Cantabas y bailabas pequeña malagueña sin tener completa certeza
entonces que aquella alegría tuya se usaba para distraer la atención de los
incautos, para disimular los atropellos que normalmente disimulan los enjambres
de fascistas con sus circos y carnavales varios.
Creciste, era inevitable. Quienes administraban
tu cándida imagen ya no supieron nunca más cómo manejarla. Despertaste a ser
mujer obligada tal vez; a lo mejor no fue suficiente el tiempo de sentirte
protegida. Eras la imagen que te hería, el símbolo de todo aquello que te
agotaba. ¿Te acuerdas que por entonces querías ser amada por lo que en verdad
eras?, ¿Recuerdas que tus pensamientos y tus ganas se escapaban a tantas partes
a pesar de que a los contratos te encontrabas encadenada? Saber entonces de Antonio,
de las por entonces urgentes luchas del que reconociste como tu pueblo, del
arte que apasionado te recordaba la razón de ser del cante y del flamenco, fue
a penas el inicio de tanta vida que a ti misma te debías.
Mirar hacia atrás, equilibrar aquello que se ha
vivido con lo que nos queda por vivir es una necesidad. Fuiste ahora sí, parte
de tu historia que a la vez era ahora la historia de otras tantas gentes, que
reunidas en la isla creyeron en un mundo diferente. Imagino que fueron años
luminosos; años donde todo cuánto leías y pensabas halló por fin sus puertos.
Fuiste parte activa de los necesarios movimientos que buscaban señalar los
despropósitos de otros tiranos. Cuán feliz, cuán plena te ves en las fotos que
retratan aquellos tiempos que fueron tanto tiempos tuyos como tiempos nuestros.
Pero cambian los tiempos como cambian a veces nuestras urgentes necesidades;
como muchos de nosotros comprendiste que siendo responsable con nuestros
propios afectos es posible cambiar nuestro entorno más inmediato. Elegiste que tu
reencontrado silencio dijese mucho más que todo cuánto hayas podido haber
dicho, cantado o actuado antes. Aprendiste palabras, cantos e ideas nuevas que
no hicieron sino reafirmar aquellas, tus propias convicciones. Fuiste madre de tres
pequeñas y cómo es natural en quienes han esperado por demasiado tiempo contar
con un pequeño asomo de paz, les abrazaste, les besaste advirtiéndoles que el
amor tuyo era de aquellos amores que no se extinguen fácilmente.
De tarde en tarde cantaste de espalda a los
grandes escenarios, le enseñaste a otras que bailan las manos, bailan los
anhelos y que ser mujer son tantas y tan variadas cosas.
Me da tranquilidad saber que el pasado ya no
duele, que el presente es de los amigos y las amigas, que el futuro tendrá en
cuenta que las valientes como tú son las que escriben nuestra historia.
Continúa disfrutando del mar, de las caminatas, del viento que, de seguro, se
ve tentado a desordenarte el pelo, del sol que no se resigna a la inagotable
luz que desde siempre ha brotado de esos bellos ojos tuyos. Disfruta de ese
anonimato que tanto añoraste cuando eras conocida, pero no olvides que habremos
muchos que necesitaremos saber que las personas como tú existen; muchos que nos
sentimos menos solos, o quizás menos tristes cuando te oímos cantar cualquiera
de tus canciones. Muchos que sabemos que aquella luz se tiene y que no hay
fascismo que se la invente. Sé que lo sabes; eres la niña, la muchacha y la
mujer, la más grande historia de talento que de tan grande se sueña pequeña. La
mayoría de las mujeres deberían saber aquello que tú comprendiste hace tanto
tiempo. No era tu pelo ni tus ojos claros: no era el color de tu piel lo que
nos enamoraba, era tu natural inclinación a la alegría; tus ideas claras; tu
respeto por los otros; eras tú siendo quien eres, y nada más.

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