A este Pablo es al que admiro y respeto yo. Con este Pablo es que yo
me hubiese tomado una sopa de vacuno con harta chuchoca, al que hubiese querido
escuchar iracundo garabatear a quienes se olvidan que la poesía no es trabajo
que a uno le permita vivir como burgués; mucho menos lucrar.
Trágico, tanto como
enamorado de su Winett, de sus hijos que grises como él iluminaron la
maltratada geografía de un Chile que todavía se sigue deslomando muy lejano de
los salones y los círculos artísticos oficiales.
En esta enorme roca, en su
obra bruta y agria hay más verdad que en toda la seda, todas las casas museo y
las fundaciones de testamentarios del mundo.
Como no respetar aquellos
embarrados zapatos que caminaron como caminan los pobres, manchándose los
pasos, sudando la frente para comer un pan nuestro, jamás conocido en el dolor
ajeno por algunos, aquel abrigo que no pudo con la cruel espada que desde lejos
lo anduvo siempre siguiendo para acuchillarle sus maltratadas esperanzas.
Hay, qué duda cabe, los que
nacen para muertos y aun así dan relinchos y corcoveos, más vivos que la vida
misma, más plenos de sabia y enjundia que otros que de poco originales cacarean
tanto.
Quién como este Pablo que
supo que vinimos al mundo a la mala y por eso nacemos llorando.
Quién como este Pablo para
comprender que la poesía que algunos buscamos no está siempre en las
estanterías, que el amor se puede conjugar con el verbo doler.
Incomoda el oportuno olvido,
la ingratitud de aquellos que debiéndole tanto al pueblo terminan vestidos de
seda y lino, la cultura de los convenidos… la cultura que se puede usar y
manipular en beneficio de apenas unos pocos. Duele quizás, molesta, no cabe
duda alguna, pero no mata; ahí está el Pablo que yo evoco para demostrarlo.

Comentarios
Publicar un comentario