Nunca he podido dejar de relacionar a Jorge Luis Borges con los catedráticos de la literatura. Recuerdo que una de sus Antologías Personales fue lo primero que leí. Que me gustaron sus cuentos como a la mayoría y que algo especial me provocaba su poesía. Ahora que me he propuesto volver a leerlo no es extraño que comience con su primer libro, que es un libro de poesía.
Ya había leído Fervor de Buenos Aires sin embargo lo quise volver a leer. Un libro de poemas a una ciudad que no conozco, referencias permanentes a nombres ilustres que desconozco en su mayoría, y la emoción...la inexplicable emoción universal de aquello que se ama porque se conoce y es comprensible para cualquiera que ame y conozca una ciudad, cualquiera que sea.
Conozco otra ciudad que no es Buenos Aires, la conozco bien. También tengo nostalgia de sus calles cuando ando lejos, ausencia de las personas cuando no saben cuánto es lo que las estoy nostalgiando. Soy un sentimental de lo cotidiano, un filosofo de lo urbano. Como Borges, pero sin la genialidad de Borges para describirlo.
Es curioso ponerse a pensar que el mismo Borge aseguraba que todos sus libros eran un complemento de éste que tal vez era su único libro. No es un libro festivo siempre, no es esa, casi nunca, la función de la poesía) pero es un libro breve, nada pretencioso a la vez que acertado en su afán lirico. Son poemas publicados previamente en revistas y periódicos de dos continentes que nos sitúan en una intimidad extraña.
Una manera recomendable de iniciar la lectura de la obra de uno de los autores más importantes de las letras latinoamericanas. Tal vez no la mejor, insisto en que sus cuentos son mucho más conocidos y valorados, pero la poesía de Jorge Luis Borges no es menor. Insisto en que leer alguno de sus poemas o de sus ensayos puede tener cierto parangón con el estudio de ciertos catedráticos pero la sensación final es una que no me restaría de reconocer como mucho más que grata.
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