Ir de aquí para allá me llevó un día a ver, en cierto acto político, a unas mujeres bailando solas. No bailaban nada alegre, sus caras no expresaban alegría ni despreocupación alguna. A aquello le llamaban La cueca sola; quienes la bailaban eran madres, esposas, hermanas o hijas de personas detenidas y desaparecidas. Aquellos rostros completaron en mí una parte de lo que me venía preguntando, la conversación con ellas me legó una serena valentía que es muy difícil de explicar o de entender cuando a uno no le ha tocado perder a un ser amado de la manera en que a ellas se los extraviaron.
Escuché a Sola Sierra y a Ana González
de Recabarren; de ellas no recuerdo en lo más mínimo odio o rencor, las
adopté a ellas y a las otras familiares de detenidos desaparecidos como familia
política a falta de mejor cosa por hacer. En silencio les vi bailar y cantar
otras veces, no tan en silencio me uní a quienes en las calles protestaron
tratando de que alguien les dijese algo sobre aquellos trozos de sus vidas que
sin estar eran penar sin lugar a duda en sus corazones.
Pasaron los años y ellas murieron,
comenzaron a morir otras que lo mismo que ellas aguardaron por una respuesta
que al parecer no se entrega pues es parte del pasado, un pasado que quienes no
han sentido aquel penar dentro del pecho es muy difícil que entiendan. Yo no
entiendo gran cosa, apenas entiendo que los duelos de aquellos que han perdido
a un ser amado nunca acaban del todo; ahora solo imaginen un momento que
sentirán aquellas que nunca tuvieron un cuerpo para velarlo; si lo hacemos no
creo que nos acerquemos siquiera a la mínima parte de lo que ellas sienten.
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