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La música (V)

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    Leonardo Favio, en materia de romanticismo, era para mí un modelo a seguir, una ventana hacia un patio no encontrado en ninguna parte que se abrió explicándome de alguna forma cómo era que yo quería hablarles a las mujeres cuando me propusiera enamorarlas.    

Sonaban sus canciones en la radio y en mi personal estéreo como sonaban las de muchos otros cantantes, pero, ninguna me decía tanto como las canciones que había escrito e interpretado este hombre de voz recia que sin embargo podía decir cosas muy tiernas.

    Muchos años después supe que ante todo Leonardo Favio Había sido director de cine (uno de los más importantes de Argentina); que grababa discos y hacía giras de tanto en tanto para poder ganar el dinero que necesitaba para poder filmar las películas con las que soñaba.

    Son caprichosos a veces los caminos del arte, o tal vez simplemente extraños, porque muchas más personas lo reconocen y lo recuerdan por sus canciones y muy pocos todavía conocen las películas que dirigió (que nada tienen que ver por cierto con las que protagonizó con la finalidad de aprovechar su fama como cantautor).

    Durante muchos años escuché dos casetes con las canciones de su repertorio que cualquier conocedor de la música popular en español puede reconocer. Escribí sus letras en los cuadernos, las aprendí de memoria y soñaba con poderlas cantar a algún amor al terminar el día… si es que alguna vez, alguna tarde, algo llegaba a entender sobre las cosas del amor.

 

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    Donde quiera que fuera con mi carretón oía canciones románticas. No es que yo las quisiera escuchar en un comienzo, sino que la gente entre la que crecí oía bastante a cantantes que le cantaban al amor en español. Los favoritos de todos parecían ser el español Raphael, el argentino Sandro o el franco-belga Salvatore Adamo. Las emisoras de radio de amplitud modulada solían programarlos muchas horas al día pues la gente los quería escuchar incluso veinte años después de que habían grabado sus famosas canciones de amor.

    Así, de a poco fui aprendiendo esas canciones, oyendo los arreglos musicales que tenían y me fue ganando la interpretación que hacían algunos cantantes de sus canciones. Fui descubriendo en las canciones de amor un camino distinto para mis emociones. Supe que algunos de esos cantantes escribían aquello que cantaban y no tuve más opción que reconocer lo hermosas que eran algunas letras y lo bien que eran interpretadas.

    A mi hermana mayor le gustaba Camilo Sesto, un español que también escribía sus propias canciones y a mí, independiente de que me daba cuenta de la belleza de sus letras y lo sensible de sus interpretaciones por alguna razón (como escribí antes) me llamaban mucho más la atención las letras y algunas de las interpretaciones que hacía Leonardo Favio de sus propias canciones que, aunque mucho más sencillas, tenían línea directa con esa sensibilidad que yo no sabía en alguna parte de mi estaba madurando.

    Canciones de amor en aquellos años se escucharon muchas, se programaban con la misma finalidad con que en las estaciones de televisión se comenzaron a programar telenovelas que tuvieran la mente en terrenos poco peligrosos. Escuché tanto aquellas canciones que son parte inevitablemente de mi proceso de crecimiento; no me provoca vergüenza reconocerlo pues era notorio que el romanticismo es uno de los matices que definen al arte que es consciente de que todo amor que parte en un tú y yo es capaz de trascender en un amor hacía los demás.

 


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