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Mostrando entradas de noviembre, 2007

Narraciones extraordinarias

C onocemos estas narraciones en distintas versiones, han sido traducidas y editadas en formato económico y también no pocas veces, de lujo. Han sido llevadas al cine y a la televisión. Nos fascinan y nos perturban ya hace muchos años. Son los relatos de un insano que deliraba ahogado en la genialidad y en el alcohol. Edgar Allan Poe es un clásico de la literatura universal y con muy merecido derecho, pues su libro más conocido: Narraciones extraordinarias sigue aún estremeciendo incluso a las generaciones virtuales (sí, esos chiquillos que se la pasan pegados al computador y a las consolas). El merito de estos relatos radica en su vigencia atemporal. Esta vigencia se debe seguro a que aunque pase el tiempo y la vida en sociedad se tecnifique, perdura la inseguridad del ser humano enfrentado a lo que son sus más profundos miedos. Y no solo eso, la paranoia y la muerte como presencias inexplicables. El horror, la tortura o la tragedia a la vuelta de la esquina o tras cualquier puer

Los viejos de la calle

En la entrada anterior lo dejaba entrever, hay en la calle un mundo de personas que no notamos; puede ser que la mugre, el mal olor, el miedo lo notemos, pero definitivamente, muy pocas veces notamos a las personas. En la calle hay personas que fueron botadas a la basura por otras personas. Las botaron por medio del desprecio, de la injusticia y el mal agradecimiento. Muchas de estas personas fueron un día hermanos, padres o hijos sin embargo hoy solo son los viejos de la calle esa curiosa fauna que muy pocos comprenden. Son motivo de la compasión de modernos samaritanos y del desprecio de los que quisieran ver las calles de la ciudad de una vez por todas limpias. Cuando me propuse incluir homenajes en este blog claramente estaba pensando en homenajear a mis influencias, y estos viejos de la calle aportaron mucho a lo que soy. Con ellos aprendí que se toma vino para ahogar las penas y para refrescar las alegrías, que el mejor día para vivir es el hoy y que todo lo que tenemo

La calle

Eramos niños de la calle, sabiamos que el asunto de noche era peligroso, sabiamos también que si llegabamos a crecer, seriamos adultos tristes como nuestros padres; presentiamos que nos pondriamos viejos y cansados y eso sin duda afectaba nuestra visión del mañana y si esto fuera poco, sabiamos también que cuando a los militares se les ocurría decretar toque de queda le disparaban al primero que pillaban. Le andabamos agarrando la cola al peligro, pero eso le daba un sentido a nuestras pequeñas vidas. La calle era nuestro medio natural, de día o de noche, el encanto era muy parecido. Recoriamos más y más calles con el secreto anhelo de conocer cada vez más mundo. En las escuelas nos enseñaban, pero los profesoras hablaban de mundos y de cosas que para nosotros parecian inexistentes: de geografia, números, reservas, y sobre todo nos hablaban de un país que nosotros no conociamos... la calle era otra cosa, no teniamos dinero para reservar, a penas unos pesos para comprar pan, conocimos l

Un hombre religioso

E n mi pueblo había un hombre religioso. No era político, no era sacerdote, no era importante...era un hombre religioso. Algunos ancianos lo querían porque los iba a ver a sus lechos de muerte con las necesarias palabras de su religión, en cambio, otros ancianos decían que solo era un ladrón de tierras. El hombre religioso siempre sonreía; pretendía en todo momento aparentar felicidad. Los niños del pueblo no lo soportabamos porque aquel hombre había olvidado lo que era ser niño: Él entre adultos era compuesto, era muy educado y ya no soñaba con nada ni creía en nada que no fuera su religión. Solía, cuando podía tirarle las patillas a los niños que no hacían lo que él quería, los insultaba y menospreciaba aunque decía tener una religión; creo que nunca comprendió lo que quería decir "Dejad que los niños vengan a mí..." Todo lo humano le parecía innecesario y pregonaba que los niños cuando nos hicieramos viejos seriamos todos amargados como él. Cuando montado en su mula, subí