H ay quienes dicen que en el comienzo de todas las cosas no era un hacedor, sino que era una hacedora. Que la fertilidad de los montes solo se puede explicar por medio de quien ama y no de quien castiga. Las primeras gentes tuvieron miedo de la noche, de los aullidos y del rayo que volvía nada los troncos que secos bajo la niebla ardían. Si bien es cierto; las hembras pueden hacer cualquier cosa, desde el comienzo de todo lo que fue y será, acunan a sus crías. No todas, es cierto, pero si la mayoría. De ahí que sea tan difícil atreverse a creer que ser dócil nos proteja de todo aquello que nos aterra. El miedo es masculino y la ternura femenina; la guerra suena como ellas, pero es el lenguaje natural en que se entienden ellos. Dicen que en el comienzo también hubo diosas de la guerra, hacedoras de cosas y sentimientos que a través de los tiempos aprendimos a atribuirle solo a los dioses. No era difícil creer en aquel tiempo que la que da la vida ta