E n estricto rigor, tuve tres abuelitas; las tres, no cabe duda, mujeres muy admirables. Comenzaré por mi abuela materna; una flor del campo trasplantada a la mala a un macetero que nunca la pudo contener del todo en la ciudad. Fue madre de a lo menos doce crías y esclava por décadas de un trabajador y poco cariñoso patrón…marido perdón. Mi abuela paterna pasó por este mundo casi sin hacer ruido. Acumuladora tanto de recuerdos como de objetos, sabia como muy pocas; vivió siempre muy sola. En sus piezas (no le conocí nunca una verdadera casa) estaba siempre arrumbada junto a sus muñecas, juguetes, papeles marchitados que fueron importantes en otro tiempo y de cuadros con fotos de personas que ya no estaban. Mi tercera abuela es la madre de mi medio padre. De ella me quedó su tremenda lucidez, sus finos modales y su rico lenguaje (aunque mi madre cuenta que cuando se trataba de ofender, había muy pocas capaces de hacerle frente). Los hombres ausentes son una constan