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Madres de los días

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Mujeres (II)

E n estricto rigor, tuve tres abuelitas; las tres, no cabe duda, mujeres muy admirables.     Comenzaré por mi abuela materna; una flor del campo trasplantada a la mala a un macetero que nunca la pudo contener del todo en la ciudad. Fue madre de a lo menos doce crías y esclava por décadas de un trabajador y poco cariñoso patrón…marido perdón. Mi abuela paterna pasó por este mundo casi sin hacer ruido. Acumuladora tanto de recuerdos como de objetos, sabia como muy pocas; vivió siempre muy sola. En sus piezas (no le conocí nunca una verdadera casa) estaba siempre arrumbada junto a sus muñecas, juguetes, papeles marchitados que fueron importantes en otro tiempo y de cuadros con fotos de personas que ya no estaban.     Mi tercera abuela es la madre de mi medio padre. De ella me quedó su tremenda lucidez, sus finos modales y su rico lenguaje (aunque mi madre cuenta que cuando se trataba de ofender, había muy pocas capaces de hacerle frente).         Los hombres ausentes son una constan

Dos gigantes generosos

  H ace muy poco escuché que Julio Cortázar ; "el gigante que no paraba de crecer" tenía acromegalia. Crecía 3 cm al año y por eso era, a sus 69 años, muy alto en relación a sus pares. Sabía desde hace muchos años que Manuel Rojas decía que medía 1mt.80cm cuando quienes le conocieron podrían jurar que media 2 metros. Ambos; el argentino-francés y el chileno-argentino han estado desde siempre en mi particular panteón de escritores predilectos. Todo cuanto escribieron quiero leerlo. A veces me permito comprarlo y leer una y otra vez aquellas generosas palabras que me han acompañado hace ya, mucho más de cuarenta años. Hoy es el día del libro. En el trabajo se estuvo celebrando durante gran parte del día. Yo casi no asistí a las celebraciones. Estaba sentado en la sala de profesores (los días martes únicamente hago una clase en sala y el resto del tiempo es para preparar material para las clases de la semana). Me acompañaron algunos textos favoritos en audiolibros. Escuchaba a

Hombres

  L a vida nos termina por enseñar que aquello de los buenos y los malos, la mayor parte de las veces, tiene sustento nada más que en las historias que nos contamos desde tiempos inmemoriales, para ver si así podemos ser un poco mejor los unos con los otros. Por mi parte no tengo ningún interés en convertir a nadie en héroe o en villano; sin embargo, debo reconocer que sé muy poco acerca de mi padre. Él salió hace muchos años de la vida de mis hermanas y de la mía; nos visitó demasiado poco cuando fuimos niños y solo recuerdo que muy pocas veces podía contribuir con dinero para nuestra manutención, razón por la que incluso estuvo preso un par de veces.     Tengo un vacío demasiado grande detrás de su rostro. Casi no nos vimos ni hablamos por algo así como veinte años; sé muy poco de su infancia, de cómo se sentía con respecto a la historia incompleta que inevitablemente le pertenecía tanto a él como a nosotros. Mi mamá intentó no hablarnos nunca mal de él (al menos a mi hermana más c

El secreto de sus ojos (2009)

 El cine argentino toca, no pocas veces, alturas imposibles, al parecer, de alcanzar por otros países latinoamericanos. El secreto de sus ojos no fue la primera, ni mucho menos la última película del país trasandino en provocarme un asombro poco común ante un tipo de cine que no cuenta con los enormes presupuestos con que cuenta el cine de naturaleza más omnipresente. Quizás sea la secuencia del estadio la más sorprendente en lo referente a lo técnico pero es la historia la que engancha quien observa una película que nos habla de lo esquiva que puede llegar a ser la justicia, de los mecanismos del amor que son torpes algunas veces e incondicionales en otras. En un tribunal de justicia trabajan Benjamín Espósito ( Ricardo Darín ) y su entrañable (a la vez que irremediablemente alcohólico) asistente y amigo Pablo Sandoval ( Guillermo Francella ). Conocen a la nueva jefa de departamento: Irene Menéndez- Hasting ( Soledad Villamil ). Se presenta un caso sobre un asesinato que marcará la v

Como tú (Amparo Ochoa)

 

Mujeres

M i mamá es una mujer admirable. Ya sé que esta es una frase típica para referirse a una madre, pero es que la mía, apartada de aquella devota imagen que tanto impone nuestra sociedad cristiano-machista al hecho de ser madres, de verdad que lo es. Cuando iba a la escuela y no había acabado siquiera el segundo básico, tuvo la mala idea de decirle a mi abuelo, que era de esos patriarcas a la antigua, que no le gustaba estudiar; entonces su papá que no era como son los padres de ahora la mandó a trabajar. Había cumplido recién los ocho años cuando ya era una sirvienta experta, chalupiando los años llegó a sus diecisiete abriles entonces, en días de amigos y malones, llegó a la casa de mi abuelo el que sería mi padre (o pudo ser, pero esa historia es para después) era amigo de uno de los hermanos de mi mamá. Si tomamos en cuenta que era el abuelo quien iba cada fin de mes por casi diez años a cobrar los sueldos de su hija, no era para nada extraño que al ver que un mozuelo mostraba, digamo