C uando niños nos hablaban de los terroristas. Nos enseñaban a temerles y a despreciarles. Decían que ellos volaban las torres de alta tensión, que ellos asaltaban los bancos y que el miedo era su forma de validarse... la televisión lo decía, la radio lo decía y la mayor parte de la prensa, también lo decía. Sin embargo, a quienes conocíamos a algunos de ellos, esos terroristas no nos provocaron nunca verdadero terror. Los otros, los otros sí que nos aterraban. Salían por cientos montados en sus camiones, con los rostros ocultos en negro, fusiles, bototos, boinas y pistolas al cinto. Esos que recorrían los pasajes olfateando sospechosos, destrozando puertas muros y colchones a su paso. Apuntado a los hombres e insultando a las mujeres y aunque les debíamos obedecer sin oponer resistencia alguna y a pesar del terror que nos infundían, no dejábamos de mirarlos nunca a los ojos. Ellos buscaban a los que se suponía eran los malos en aquella historia, buscaban a personas que nosot