E n momentos de crisis es posible contemplar lo mejor y lo peor del ser humano. Cuando las crisis son pasajeras, los actos se diluyen ahogados por lo cotidiano, lo superficial del día a día en que no resentimos la falta de luz que solemos atribuirles a los momentos de eso que llamamos normalidad. Cuando hay crisis, la que sea: económica, social o de salud, por nombrar algunas de las recientes, tememos a sucumbir, a no ser capaces de sobrellevar las duras embestidas de lo que sea que esté pasando. He visto personas exigiendo ser respetadas más por lo que significa el trabajo que hacen que por ser personas; personas a las que se supone ya no les debiésemos tener ningún tipo de respeto por el solo hecho de formar parte de los estamentos duramente cuestionados tras la severa crisis de lo establecido mostrando que más que grises funcionarios, son más personas que aquellos que atropellan e insultan en nombre de los derechos de las personas. Este es un mundo raro; siempre lo ha sido y e