P or allá, a comienzos de los años ochenta lo vi, como muchos de nosotros lo vimos en el televisor; cuando los televisores eran en blanco y negro. Como a muchos me llamó la atención que personas adultas se vistieran como niños pero me reí y así, cada vez que veía alguna ocurrencia de este grupo de personas me reía y me sigo riendo. El alma del programa, al igual como pasaba con las películas de Chaplin y de Cantinflas era el que en escena se nos presentaba como el más pobre; aquel hombre-niño que en tantas partes del mundo solo conoceríamos como El Chavo . Roberto Gómez Bolaño era un guionista mejicano que al comienzo escribía para otros cómicos y que tarde o temprano llegaría a brillar con luz propia; no por nada quienes le conocían le decían que era un pequeño Shakespeare. Él castellanizó el apodo transformándolo en Chespirito una marca de fabrica que nos dotó de muchos personajes entrañables (todos con nombres comenzados con Ch) y el artista tras el seudónimo seguro se emocion