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Mostrando entradas de marzo, 2021

Primera conciencia

  *     N adie supo nunca que esa noche yo me quedaría afuera. Tenía algo así como seis años y muy poca inteligencia como para darme cuenta que mi papá no volvería nunca más a la casa. Me escapé por la ventana, iba bien abrigado porque me habían contado que la noche como pocas cosas era fría.     Puede ser que fuese a buscar a mi papá o puede ser que intentara agrandar el estrecho mundo de una infancia que hasta entonces no había tenido demasiados sobresaltos. Como fuese, nadie hubiese entendido que tenía inexplicables ganas de caminar.     Los adultos piensan que los niños no se dan cuenta de lo que en sus vidas pasa; suelen creer que los niños pueden olvidar con mucha facilidad; pero no es así, al menos yo, me daba cuenta y entonces me di cuenta que me sería muy difícil en la vida olvidar.     Mis adultos no se comprendieron; y a pesar de tener tres infinitas razones para pensarlo al menos un poco más, nada pudo impedir aquella separación. Mi hermana y yo les vimos discutir.

Anteojos

  P asados, bien pasados los cuarenta años se me han hecho más que asiduos dos pares de anteojos. El primer par viene de un control rutinario en el trabajo, con facilidades de pago por cierto, que curiosamente determinó que todos y todas, muy independiente de nuestra edad, debíamos usar algún tipo de anteojo. A mí había que corregirme no sé que error en el ojo izquierdo y darle reposo a mi vista en el momento de mirar cualquier tipo de pantalla. Parecíamos niños y niñas con juguetes nuevos el día que llegaron los anteojos. Una constante fue decir que ahora podíamos ver el mundo en HD y poco a poco, el asunto dejó de tener importancia. Entonces no usaba demasiado los anteojos recetados. Muy a pesar de mi error de enfoque en el ojo izquierdo y prescindiendo del repentino lujo de poder ver el mundo en alta definición, yo podía mirar el mundo con cierta respetable claridad. Varios años después fue que me di cuenta de que una necesidad tan cotidiana como leer se veía trastocada por no poder

Looney Tunes

  C uando era niño, concretamente, vi muy poca televisión. Lo que no es merito mío, sino más bien de la pobreza, pues aunque tengo conciencia de haber sido niño entre 1980 y 1986, no tengo conciencia de haber tenido permanentemente un televisor en la casa materna. Sin embargo, cuando tuvimos uno, cuando hubo tiempo que no fuera de trabajar o de estudiar; recuerdo la impagable alegría de unos dibujos animados que en blanco y negro (los televisores a color eran privilegio de otros niños) se quedaron para siempre con mi atención. No tenía conciencia de aquello sino hasta hace algunos años. Entre los libros, las películas y los discos que comenzaron a equilíbrame con respecto a aquello de tener una conciencia social y aprender a ser feliz, encontré muchos capítulos de aquellos dibujos animados que me fueron presentados como Fantasías Animadas de Ayer y de Hoy por una voz a la vez alegre que contagiosa. Las letras decían en la pantalla Looney Tunes, pero por entonces no leía en inglés ni te

Las revoltosas (VI)

  E scribir Mambruna me recordó el concepto original de la mujer (valiente, hacedora, libre), el que tenían las primeras civilizaciones en las que los patriarcados no habían cuajado todavía.     Volver a leer algunos relatos que antes de la llegada de la civilización europea eran en América; cuentos que viajaban de boca en boca y que, a pesar de la preeminencia de los asuntos y los relatos propios de los valientes guerreros que paso a paso fueron liberando a las tribus de los malos espíritus, permitían disfrutar aquellos apartados que hablan de las madres, las hermanas y las mujeres que antes que hombre alguno intuían que para derrotar a los verdaderos demonios sería preciso establecer una alianza que garantizara los mismos derechos y deberes tanto para hombres como para mujeres.     Las cada vez más difíciles líneas que dan constancia de cómo fue que poco a poco las mujeres fueron perdiendo sus originales gestos, adecuando sus modales a lo que decía la religión y la política escri