U na rápida mirada al pasado nos revelará que quienes tomaron las decisiones siempre fueron otros. En modo alguno los parroquianos de las chinganas, ni los mineros con sus mujeres, tampoco la inconsciente chusma que vitoreaba a Alessandri, tal vez un poco los ilusionados a la vez que sorprendidos partidarios de la Unidad Popular que anduvo cerca pero el país, a lo largo de su historia, no ha sido todavía capaz de prescindir de aquellos que saben más. Es por todos sabido que hay quienes se educan para mandar y quienes son educados para obedecer. Para ser sinceros, muy pocos son los que se educan para pensar. Calcular tal vez, sacar cuentas e interpretar estadísticas, administrar el presupuesto nacional y mantener al país en orden para hacerlo atractivo a las inversiones extranjeras. He allí la importancia de los expertos, ese grupo privilegiado que no siempre provino de la aristocracia pero que en su seno acoge a cualquiera que condicione sus ideas, por incendiarias que sean, a la ley