Cuántas veces me he indignado ante los estridentes versos de algunos que se proclaman poetas y publican pomposamente la cal de sus sentimientos. Cuántas veces me he entristecido pensando en aquellos que ofrecieron puerta a puerta la sangre misma de sus horas de insomnio y que vivieron para el arte y fueron despreciados por ser libres. Pero también me he indignado con el carnaval que montan los impotentes de luz y poesía cantando alabanzas a los cachalotes sagrados de las academias. Pero no vine a este mundo para rivalizar con la poesía, sino todo lo contrario. Me he reconocido en ella con sincera vergüenza cuando refleja mis debilidades, con secreta emoción si canta al momento compartido en las aguas del tiempo y con humildad ante la obra de una mujer tantas veces vilipendiada. Son los mundos de Gabriela Mistral una geografía del alma, remota y oculta por la soberbia envidia de los que aún no soportan la idea de una mujer pensando. Nos han condenado a su imagen gris y a su