*** L os primeros libros que leí eran bastante inocentes. Cursaba por entonces el segundo básico; Juan Lucero, el chico rudo del curso, llevó a la clase dos libros con el fin de presumirlos a la profesora; eran Papelucho y Corazón . El primero escrito por la chilena Marcela Paz ; una abuelita a la que le gustaba imaginar que era un niño (y que lo hacía demasiado bien, por cierto) y el segundo; un verdadero clásico universal escrito por el italiano Edmondo De Amicis . Me acuerdo que, de alguna forma, tomando en cuenta de que estaban cercanas las vacaciones de verano y el receso de los deberes escolares, conseguí que Juan me prestara sus libros para leerlos. Desde entonces el maravilloso hábito de leer me ha permitido incontables momentos de emoción y de alegría. La lectura me ha facilitado códigos para mejor llevar el trauma de ir creciendo, primero en estatura y edad, luego como persona. Leer no siempre es para evadirse; a veces también conviene leer para apreciar las cos