M aría Trinidad, cuando era niña, se esmeraba para que “pepita”, su muñeca, no sintiera el frío ni el hambre que ella sentía. La abrigaba con su chomba descolorida y le daba de comer de la sopa que, en los días de invierno, María Trinidad, cuando era niña, acostumbraba a imaginar. Herminia del Carmen se prometía a sí misma, cuando su taita le pegaba, no hacer lo mismo con sus hijas y, sin embargo, se sorprendió a sí misma demasiadas veces golpeando a quienes tanto amaba, aterrada de que las niñas repitieran los errores que ella había cometido al hacer la vida. La vida que prueba y mide hasta dónde es capaz de llegar una madre que no tiene otra que endurecerse, más que un poco, para no fallarle a las niñas ni al niño con los que se quedo a solas cuando aprendió que los cuentos de hadas no son ciertos. Cuando pudo haber elegido la muerte y eligió la vida. Marina Soledad no está para cuentos y ama con recelo porque aprendió que amar con los ojos cerrados es un injustificado peligro. Acar