N o creo que sea el primero de los revoltosos de la historia como a tantos oí decir cuando yo era niño; sin embargo, lo usaré como punto de partida. Ninguna duda cabe de que nació pobre. Trabajó la madera algunos años y alrededor de los treinta se abocó a su verdadera tarea. Replanteó todo aquello que se consideraba correcto por aquel tiempo. Habló pletórico de una extraña convicción muy lejos de los templos. Encontró algunos amigos y amigas, compartió con ellos y ellas sin hacer diferencia alguna. Caminó a solas en el desierto para ordenar sus ideas. Volvió a las calles que le vieron crecer comprometido con su mensaje, reunió a quienes él consideraba sus hermanos y sus hermanas; compartió con ellos y ellas el pan y el vino. Fue entonces que los uniformados, guiados por el soplo de uno que había comido en su mesa, vinieron por él. Lo juzgaron de mala manera, pues no hay otra forma de juzgar a quienes pensamos que no se nos parecen. Fue condenado por aquellos que por entonces,