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Mostrando entradas de marzo, 2024

Como tú (Amparo Ochoa)

 

Mujeres

M i mamá es una mujer admirable. Ya sé que esta es una frase típica para referirse a una madre, pero es que la mía, apartada de aquella devota imagen que tanto impone nuestra sociedad cristiano-machista al hecho de ser madres, de verdad que lo es. Cuando iba a la escuela y no había acabado siquiera el segundo básico, tuvo la mala idea de decirle a mi abuelo, que era de esos patriarcas a la antigua, que no le gustaba estudiar; entonces su papá que no era como son los padres de ahora la mandó a trabajar. Había cumplido recién los ocho años cuando ya era una sirvienta experta, chalupiando los años llegó a sus diecisiete abriles entonces, en días de amigos y malones, llegó a la casa de mi abuelo el que sería mi padre (o pudo ser, pero esa historia es para después) era amigo de uno de los hermanos de mi mamá. Si tomamos en cuenta que era el abuelo quien iba cada fin de mes por casi diez años a cobrar los sueldos de su hija, no era para nada extraño que al ver que un mozuelo mostraba, digamo

Corazón valiente (Gilda)

U na vez, un niñito muy amoroso me regaló un casete que el mismo había grabado para dármelo. Era el mismo niño amoroso que, en un pedacito de una hoja que había arrancado de su cuaderno de matemáticas, me dibujo y escribió que me quería mucho. A ese niñito le gustaba mucho la cantante del casete. Yo no sabía nada de ella. Por supuesto que el cadete no tenía una caratula así que no me más que imaginar a la argentina que decía que tenía un corazón valiente .  Nunca he sido particularmente bueno para bailar y no me queda más que reconocer que las canciones del casete estuvieron muy, pero muy cerca de hacerme detener tanto pensar las cosas, tanto leer para moverme, reírme y no quedarme afuera, como dice una de las canciones más pegajosas de Gilda . Gilda era muy bella; cuando supe que estaba oyendo la dulcecita voz de una mujer, madre y ex maestra jardinera que había muerto, de manera trágica, no pude hacer otra cosa que escuchar su voz una y otra vez. Por entonces hacía poco que me había

Las revoltosas (VII)

S i el valor de un hombre no ha sido del todo establecido ¿Cuál será el valor de la mujer que se revela a su destino de dama y princesa? De la mujer que no necesita andar vociferando, que gana su respeto con hechos, sin victimizarse, que no se avergüenza de las lágrimas que parecen limpiarla desde adentro y aclarar el horizonte que tantas veces parece tan sombrío e inalcanzable.    ¿Cuál será el valor de la mujer que cuida de sus crías hasta que estas se pueden valer por sí mismas? ¿De la mujer que estudia, de aquella que habla en donde todos callan y otorgan? ¿Cuál será el valor, sin veleidades, de la mujer que persiguió su destino cargando su grabadora y una guitarra por aquella larga geografía que es la patria que le tocó? ¿El valor, sin cálculos políticos, de la mujer que murió lucida como nunca a pesar de que mientras vivió fue considerada loca?     Es doblemente complejo determinar cuánto es lo que se necesita para comprar la dignidad de las revoltosas, para acallar el ruido