Me acuerdo que escribía mucho, lo que no significa que
tuviese buena letra; ni siquiera muy buenas ideas. Escribía por que no hablaba
- para qué, si de todos modos cuando yo era niño a los niños no se les
escuchaba -. Escribía en hojas sueltas y escribía con un lápiz pasta
(bolígrafo, le llaman en otros países) los temas; aquello que veía a diario:
relatos de la clase baja, de marginados; por entonces en lo escrito no había
espacio para la imaginación.
Recuerdo que escribí varios cuentos a los
que pretenciosamente junté bajo el título de Cuentos Humanos. Sin
embargo estos escritos nunca me han terminado de convencer. Yo pretendía
escribir relatos realistas como los que leía en los libros de Máximo
Gorki o de Manuel Rojas; pero no logré nunca
convencerme de mis propios escritos; de todos modos los guardé y ahora
permanecen junto a otros escritos que por cierto tampoco me convencen.
Sin embargo, aunque no me convencí y aún
sigo sin convencerme del todo, seguí escribiendo y así fue como me otorgue el
derecho a crear apelando a la imaginación que ocultaba desde niño; el medio en
que crecí era más religioso que original, por lo tanto las historias que se me
ocurrían no tenían un origen en quienes me rodeaban, al contrario, era un poco
complicado explicar que las personas se vieran convertidas en personajes para
mi imaginación.
Fue por entonces que empecé a notar que
solo las personas sin educación son más espontáneas. Cuando nos educamos vamos
aprendiendo a representar roles en esta gran farsa que es la vida por lo tanto
no es descabellado que en mis escritos las personas fueran más parecidas a sus
actos que a sus palabras a los gestos memorizados para encajar entre las
mayorías. Para titular estos nuevos relatos una vez más me permití ser
pretencioso y los titule Cuentos Paganos.
En realidad mis cuentos siempre han sido un
poco paganos (en su acepción de escépticos sobre todo). Escribo desde los
catorce años (cada vez escribo menos) solía andar con un cuaderno y el lápiz
para tomar notas. La tecnología me absorbe y me ha convertido en un niño que no
tiene mayores intenciones de ordenar su tiempo. Estoy fascinado por el hecho de
que al crecer los niños puedan pensar que son escuchados o leídos. Hay millones
de niños que escriben y piensan absorbidos por la tecnología. Hoy los niños de
cualquier edad pueden expresar como nunca, eso sí, no siempre escriben o
piensan lo que otros quieren leer o escuchar; esa es la gracia. Decía mi
abuela: sólo los borrachos y los niños dicen la verdad, por lo tanto, si
nos disponemos a escribir creyéndonos dueños de la verdad, deberíamos pensar en
una de dos: o nos declaramos todos borrachos o reconocemos que seguimos siendo niños.

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