De tanto en tanto, hay grupos de personas que sienten nostalgia por las imaginarias habilidades como estadistas de los dictadores. De tanto en tanto se humaniza el mal, se empata o se justifica como la cura a la insana naturaleza de los poderosos. El director alemán Oliver Hirschbiegel no tenía ante sí una tarea fácil cuando se propuso retratar los últimos días de Adolfo Hitler. La critica internacional temía la humanización del hombre en cuestión, como si la inhumanidad no fuese pocas veces la inexplicable definición de un selecto grupo de seres humanos. La película La Caída me cautivó por muchas razones: la magnética e impecable interpretación de aquel tremendo actor que era Bruno Ganz, el contraste entre el bunker donde se refugian y esperan los jerarcas nazis junto a sus seres más cercanos con los lugares devastados por el avance del ejercito rojo, el niño héroe que condecora Hitler y los cinco inocentes niños que son condenados por sus propios padres a una pena capital que, en modo alguno, purga los errores de sus mayores.
La historia está contada desde la perspectiva de la secretaria de Adolfo Hitler (incluso la verdadera aparece al final de la película) y capta la atención del o la espectadora a partir de los primeros minutos. El proceso de selección para el cargo para asistir, a partir de aquel momento, literalmente a una caída de los sueños de grandeza de un hombre que se niega a reconocer que estaba equivocado y no sólo eso, un hombre que condena a sus más cercanos a asumir el costo de la derrota. Desvaría, planifica acciones militares con ejércitos que ya no existen, manda a cazar a los traidores que se han dado cuenta de que ya no hay nada más que se pueda hacer en un periodo de la historia que ha sido retratado tantas veces por el cine y la literatura pero que pocas veces ha alcanzado tintes tan verídicos como en el caso de esta película.
No es solo la historia un momento en la vida de una secretaria y de uno de los seres humanos más inhumanos el que presenciamos. Somos testigos de una parte de la vida de hombres, mujeres y niños alemanes; seres humanos cargando con el caos y el dolor al que pueden conducir los deseos de pureza racial y social de no pocos seres humanos. Es patente lo contradictorio de las ideologías llevadas a extremos donde ya no hay marcha atrás. Las naciones poderosas se combaten o se alían según sus propias conveniencias, el dolor, el miedo y el caos es el derecho natural de los pueblos o las naciones que son arrastradas o que se dejan arrastrar por el nacionalismo y la falta de memoria. Obras como esta nos recuerdan siempre que somos frágiles a pesar de nuestras prepotencia y no nos viene nada mal revisarlas de tanto en tanto.
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