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No
recuerdo que antes me hubiese pasado. Era verano, sería el medio día, yo estaba
limpiando el patio de la casa cuando la música brotó de la manera más
impactante que lo podía hacer. Era electrizante, extremadamente alegre y
mágica. Sentí ganas de saltar, retorcerme y de gritar. Fue algo así como una
cosquilla que empezaba en el estómago y se repartía por todos los otros
miembros del cuerpo. Miré a mi hermana mayor que era la que entendía en aquel
asunto de las canciones; ella me miraba participe de la alegría que producía la
música que en la radio estaba sonando, pero al igual que yo no conocía la
canción.
Aquella tarde limpiar el patio no fue para nada una tarea difícil. Acordamos dejar el dial en la radio para terminar de hacer los deberes; fue entonces un momento de aquellos que no se olvidan nunca cuando el locutor dijo el nombre de la canción. Del inglés confieso que por entonces no sabía absolutamente nada; tenía algo así como siete años, la canción se llamaba Twist and shout (gira y grita) y quienes la cantaban, una banda inglesa llamada Los Beatles. Las canciones que siguieron en la programación iban por aquella misma línea pero cantadas por otros cantantes; eran canciones muy alegres, llenas de mágicos acordes pero con letras que a quienes no hablábamos el inglés no nos decían nada, la pura música era la que nos cautivaba. Las radios ofrecían mucha de aquella música, que era música de cuando nuestra mamá era niña, por las mañanas. En las tardes ofrecían las canciones de moda que eran las que a mi hermanan le gustaban.
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De
niño yo solía ser demasiado enamoradizo y la música solía ser un puente entre
mi timidez y las incontables dueñas de mis más cursis sentimientos. No es que
me enamorara de todas al mismo tiempo, es que me enamoraba de una y apenas
comprendía que era un amor no correspondido, me enamoraba de otra.
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