No creo que
sea el primero de los revoltosos de la historia como a tantos oí decir
cuando yo era niño; sin embargo, lo usaré como punto de partida. Ninguna duda
cabe de que nació pobre. Trabajó la madera algunos años y alrededor de los
treinta se abocó a su verdadera tarea. Replanteó todo aquello que se
consideraba correcto por aquel tiempo. Habló pletórico de una extraña
convicción muy lejos de los templos. Encontró algunos amigos y amigas,
compartió con ellos y ellas sin hacer diferencia alguna. Caminó a solas en el
desierto para ordenar sus ideas. Volvió a las calles que le vieron crecer
comprometido con su mensaje, reunió a quienes él consideraba sus hermanos y sus
hermanas; compartió con ellos y ellas el pan y el vino.
Fue entonces
que los uniformados, guiados por el soplo de uno que había comido en su mesa,
vinieron por él. Lo juzgaron de mala manera, pues no hay otra forma de juzgar a
quienes pensamos que no se nos parecen. Fue condenado por aquellos que por
entonces, ostentando el poder, manipulaban como ha sido siempre a las masas. Lo
insultaron, lo golpearon; en silencio pagó entonces el hombre el precio de sus
ideas. Fue ejecutado en un monte junto a otros que como él incomodaban al
régimen que les vio nacer.
Es probable
también que este primer revoltoso tuviese tanta rabia para con el imperio que
subyugaba a su pueblo no haya sido el que pensamos. Que haya organizado
mítines, robado y hasta asesinado, pues es un hecho que de otra forma no puede
ser llevada a cabo una revolución que pretenda quitarle a los poderosos para
darle a quienes nada tienen.
Puede ser
que de tan revolucionario haya que recordarlo como la contraparte de sí mismo,
la razón del odio que sienten algunos por cierto pueblo que fue perseguido por
ser distinto y hoy, constituido en nación, persigue a quienes son distintos a
ellos. Pensar en él como en un pillo, un criminal que nos permite elegir a
nosotros el tipo de revolución que nos define. Decidir si somos de aquellos que
ponen la otra mejilla o si nos revelaremos a lo que consideremos injusto,
incluso usando la violencia de ser necesario
Fuese el que
fuere, este primer revolucionario, porta en su inicio la más humana
contradicción que es común a todos los revolucionarios que serían después.
Perdonar o cobrar por las injusticias, los maltratos recibidos. Ciertamente es
más fácil permanecer sin hacer ni decir nada, reconocer que las cosas son como
son y señalar con el dedo a quienes no se pueden resignar, a quienes no podían
morirse sin hacer nada.
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