H ay una bufanda que me abriga el silencio de las mañanas. Me cubro tras de ella cuando creo disimular mis ojos bajo la sombra de una boina griega. Mi voz, el brillo en los ojos no son temprano por la mañana. Es, la mayor parte de las veces, el silencio. Pretendo pasar inadvertido entre la marea humana que, en la madrugada, no es aun una alta marea. Hay veces que la voz que suena, desinteresada de todos y todas, dice que hay un leve retraso en el servicio del tren subterráneo. Los gestos de quienes esperan son de todo, menos desinteresados. Mis gestos no dicen nada amparados tras de una bufanda. Una bufanda que no fue pensada con otro fin que publicitar a cierto Banco en el cual, hace muchos años, trabajaba alguien que yo conozco. Una bufanda de polar; siempre calientita y discreta cuando se trata de guardar los gestos de un hombre al cual le cuesta mucho no ser torpe con lo que su boca, o sus ojos, manifiestan. Me siento a salvo; cinco días a la semana y cuatro semanas laborales...