Hace muchos, pero muchos años leí un libro; desbordaba conceptos íntimamente amargos y religiosos. Su autora, la señora seria de la que nos hablaban tanto las profesoras de nuestras escuelas básicas. “La poeta de los poemitas para niños”, “la maestra rural”…tanta ignorancia en los conceptos, tanta injusticia para con una que se reveló desde muy temprano al sentido del rebaño; que cruel y amargo libro.
Desolación (1922) de Gabriela Mistral es, no cabe duda, una obra maestra; áspera, difícil, poco explotable en lo político o en lo comercial pero obra maestra al fin y al cabo. Sus poemas hablan del dolor en primera persona, sin intentar siquiera generalizar emociones. Son los verdaderos dolores, las soledades y las luces de su joven autora. Poesía profundamente intima.
Cómo no citar Los sonetos de la muerte que tanto honor y reconocimiento le ha granjeado entre los entendidos a su autora. Autora que nunca brilló en su propia tierra; de hecho, éste, su primer libro fue editado en Estados Unidos un año antes que en Chile; lo que al parecer terminaría siendo un Karma pues recibió el premio Nóbel de literatura seis años antes de ganar el premio nacional de literatura en su propio país. Pero no nos detengamos en aspectos más bien de la vida personal por sobre la vida de las obras.
Una vez que se lee el libro y después de unos años se vuelve a leer surgen interrogantes como las que son tan propias incluso dentro de los mismos versos; en el poema interrogaciones nos da la bienvenida la siguiente pregunta: ¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? Ó en nocturno: ¿Padre nuestro que estás en los cielos, por qué te has olvidado de mí! Insinuaciones más que claras de un alma atormentada, alma que poco o nada tiene que ver con la imagen que en su nación se ha levantado de ella.
La poesía en Desolación es la cosecha de muchas horas de soledad, un primer grito silencioso de desesperación ante una realidad que no encaja para nada con un mundo interno repleto de angustia, desconcierto y un abismante dolor que no cesa a pesar del aliviador ritual de verter en la hoja la humedad que ahoga el corazón de una de tantas mujeres que han enfrentado aquel ingrato trance de no querer ser princesas.
Vergüenza es mucho más que un poema de la baja autoestima, obrerito es el sueño de cualquier niño que ve sacrificarse a su madre a falta de padre, al pueblo hebreo sin siquiera imaginarlo presagia el horror por venir tan solo veinte años después; y podría seguir, pero mi invitación es a leer, a vencer los prejuicios que nos abordan cuando ante nosotros se levanta una mujer fuerte, una mujer que nunca quiso ni pudo encajar en el frágil rol que su tiempo le quiso otorgar, una luchadora que en este libro es puro espíritu, recogimiento y bastante más que emotiva poesía, también podemos encontrarnos con una poderosa prosa que nos otorgaría no pocas emociones en sus posteriores libros.
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