Cuando terminamos de ver una película que nos tuvo cautivados más por sus silencios que por sus contenidas actuaciones. Cuando oímos sorprendidos que los problemas de la justicia, las reivindicaciones sociales y del amor definitivamente parecen ser siempre los mismos y aún así, sentir un extraño estremecimiento minutos después de haberla terminado de ver; pienso que es una película que hay que ver.
Tres hermanos es una película sobre hombres, sobre la manera en que sobrellevamos nuestras emociones. Dirigida por Francesco Rossi y protagonizada por Phillipe Noire, Michelle Placido y Vitorrio Mezzogiorno en los roles de los tres hermanos que vuelven al pueblo donde crecieron con motivo de la muerte de su madre. Allí les espera su padre, un conmovedor Charles Vanel, que parece ser, junto a su nieta (la que viaja con su padre; el menor de los hermanos) los únicos que realmente sienten la perdida.
Uno juez, el otro trabajador social en un hogar de niños con diversas problemáticas sociales y dirigente sindical el tercero; los tres hermanos usan este forzado retiro de los asuntos que les preocupan en la gran ciudad para reflexionar sobre aquello que les viene por delante. El pesar que a ellos les embarga tiene mucho más que ver con las problemáticas propias de sus ocupaciones, con aquel Estado tan necesitado de justicia, respeto por los trabajadores y de un mayor resguardo para la niñez y la juventud.
Ver esta película obliga al espectador a pensar en sus propios motivos, a recordar lo solos que dejamos no pocas veces tanto a nuestros padres como a nuestros hijos para intentar explicarnos a nosotros mismos. La sociedad italiana que esta película nos muestra se parece terriblemente a la sociedad que cualquier país que presuma de civilizado le sigue ofreciendo a sus ciudadanos. El terrorismo, el miedo a la organización de los trabajadores, la violencia que genera más violencia son tan historia nuestra como la historia de nuestros afectos. Una obra bella a la par que triste.
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