No tenía la menor idea de que Marco Antonio Solis había grabado una versión de la canción, ni que vendieran casas de cartón para que jueguen los niños que pueden comprarlas. El caso es que buscando información sobre el (a estas alturas) innegable aumento de casas de cartón, palos y latones alzadas en la principal avenida de la ciudad en que transito, no me fue de ningún modo posible, evitar recordar una de las canciones de aquel furibundo, y dulzón, cantautor que fue el venezolano Alí Primera.
Tenemos como nunca a vista y paciencia de quien use sus ojos para ver lo que no conviene de ningún modo mirar... a personas durmiendo en la calle. Puede ser que como una inevitable consecuencia de aquello del individualismo usted me pueda decir que son desarraigados, drogadictos y vagos que se niegan a ser responsables como aparentemente usted y yo lo somos pero, resulta que me he acercado a algunas de estas casas que juntas, frente a las universidades y clubes de gente bien, conforman familias de esas que no es común ver en la publicidad.
En estas casas habitan tanto viejos como mujeres y niños por razones que no se alcanzan a entender. Las carpas, que algunos botan porque son demasiado pequeñas para acampar en vacaciones, se han convertido en el hogar de quienes, entre estos deliberadamente olvidados, vendrían a ser la clase acomodada en estos barrios ignorados. Tener una casa, una carpa o lo que sea no es prueba de riqueza y así es como muy temprano, por la mañana, un viejecito demasiado educado me pregunta qué hora es en el preciso momento en que debo ir a trabajar, cuando lo que quisiera es seguir conversando con él; preguntarle si ya tomó o si va a tomar desayuno. Cuando vuelvo por la tarde nunca lo encuentro; puede ser que él también cumpla con algún tipo de ritual como lo es para usted y para mi esto del trabajo.
También supe de una nota en cierto noticiero que trataba sobre la preocupación de los vecinos y las vecinas por el aumento de estas casas; la imagen de esta entrada le pertenece a ese noticiero por cierto; nunca se me había ocurrido llevar una cámara al pasar a verlos, al preguntarles si les falta algo más allá de la caja de vino y el pan o los cigarros que siempre son tan bien recibidos. La cosa es que pocas veces veo televisión y que acostumbraba a encontrar a estos singulares vecinos escondidos bajo los puentes o en los rincones de una ciudad que los disimulaba en la oscuridad y por estos días se les puede encontrar con relativa facilidad en cualquier parte.
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