Normalmente íbamos a desfilar a la capital donde todo es más lindo. Las autoridades mandan a pavimentar las principales calles y las plazas lucen verdes durante gran parte del año. Las banderas son más grandes y todo se cubre con luces y bellos colores Pero este año, este en que se celebran los doscientos años de nuestra independencia el desfile se realizó en nuestro pueblo chico.
Durante este mes nos pintaron los muros, barrieron las calles y podaron los árboles. Vinieron los expertos de la capital para que nada fuera ofender la sensibilidad de las autoridades que junto a nosotros decidieron conmemorar tan importante fecha. Los profesores de la escuela nos obligaron a venir pues dicen que sin nosotros, el desfile no sería lo mismo y nuestras propias autoridades solo por esta vez sometieron su natural soberbia ante otros aún más soberbios.
Los jinetes montaron sus caballos y los bomberos al fin pudieron cuadrarse ante alguien que los mirara de arriba para abajo, las señoras de la beneficencia y los perros pulguientos que aunque no fueron por nadie invitados, desfilaron igual. Todo estuvo tan lindo. Aunque es verdad que nuestra plaza de armas es mucho más chica que la de la capital, que la calle por donde fue el desfile es más angosta y que tras el paso de los jinetes y sus caballos todo quedo lleno de excremento. Pero créanme que el desfile estuvo muy lindo.
Eso si, no vimos por ninguna parte a los borrachos nuestros de cada día, desaparecieron los harapos y los pelos brillaban de tan limpios y eso que eran solo algunos de los poderosos los que venían. No importaron las diferencias pues la fiesta dicen que es de todos. Créanme que quedo bien lindo el pueblo con esto del desfile bicentenario. Será que los poderosos se acordaran de nosotros cada doscientos años.

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