Se da por sentado de que entre
quienes se revelan a la desidia de cierto tiempo hubo, hay y habrá mujeres, sin
embargo es necesario hacer ciertas aclaraciones: aún en el más libertario de
los movimiento son los nombres de los hombres los que continúan prevaleciendo,
los revoltosos por revoltosos que sean fueron bastante machistas, cosa que al
parecer a partir de hace poco ha ido cambiando; lo importante es que revoltosas
ha habido, y al decir verdad todavía no son estudiadas y menos comprendidas como
han sido su contraparte en términos de género.
Ninguna revolución podía
haber sido posible sin el aporte de las mujeres, incluso si ellas tan solo se
hubiesen ocupado de los quehaceres mientras sus hombres permanecían largas
horas estudiando o redactando aquellos manifiestos con que pasarían a la
Historia; Historia que no cabe duda sería distinta si hubiésemos preservado la
impronta matriarcal de las tribus originarias. En asuntos políticos, tanto como
los científicos y en los artísticos hubo y hay revoltosas convenientemente no
demasiado conocidas. Aceptamos las caricaturas que de ellas la cultura oficial (la
de los hombres) nos ha ofrecido, es poco todavía el tiempo que dedicamos a
estudiar los aportes de aquellas que se negaron a repetir el discurso oficial
que les tocaba repetir, también es más fácil para las mujeres repetir en vez de
profundizar, adoptar discursos que no les representan del todo por lo que es
importante constatar que tanto en la Francia revolucionaria (Marie-Jeanne Roland de la Platiere y Olympe
De Gouges), como en la Rusia
posterior a la revolución de octubre (Nadezhda Krúpskaya y Aleksandra
Kollontái) hubo mujeres que podían presumir del reconocimiento de los
grandes líderes. Obviamente eran revoltosas que fueron mucho más allá de la
queja sin acción, de la vanidad que debilita tanto como debilita la envidia o
el liviano comentario sin fundamentos con que a veces las propias mujeres se
refieren a otras mujeres.
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