Justo en la parte de atrás de las casas de la
villa a la que habíamos llegado a vivir había un enorme peladero, que antes de
ser adecuado para que los hombres de la villa pudiesen jugar fútbol, servía
para que cada cierto tiempo se instalaran las carpas de los gitanos y uno que
otro circo pobre.
De un circo que se
instaló cierta vez trata esto que recuerdo; de su pobre espectáculo, de la
gente que conocí allí y del miserable destino de los animales que eran parte
del entretenimiento.
A pesar de que las
entradas no eran caras, algunos de los niños y niñas no contábamos con las
monedas para poder financiarla por lo que nos ofrecimos para ayudar o para
llevarles agua desde nuestras casas con la finalidad de conseguir entradas
de cortesía que era como le llamaba rimbombantemente el dueño del circo a
dejarnos entrar por un acceso reservado a los integrantes del circo (no se
imagine para nada una entrada bonita; había que levantar una cortina que daba
al lugar donde permanecían estacionadas las camionetas del circo). Yo les
llevaba agua y verduras a los animales, conversaba con los artistas e
incluso llegué a pensar en irme con ellos, ser parte de aquel mundo que bizarro
como era, resultaba ser lo más emocionante que hasta ese momento me había
presentado la vida.
Escribí gran parte de lo
que pude observar durante aquella única temporada en nuestro barrio en
un cuadernillo (Epigramas de un circo
pobre) con el que pretendía no olvidar que hay personas que hacen lo que
pueden con lo que tienen, que no se amilanan y buscan darle cierta dignidad a
su existencia, que hay seres vivos que parecen perdidos en destinos que seguro
no merecían pero que de seguro era preferible eso a estar muertos en el caso de
los animales o condenados a vidas monótonas en el caso de las personas.
Los integrantes de aquel
circo viajaban a lo largo del país buscando peladeros donde parar sus cuatro
palos y estirar su parchada carpa. Poco o nada podían entender del pago de
cuentas, ir a la escuela o pelear por algo que no fuera llevarse un pan a la
boca, refugiarse de la lluvia o cuidarse unos a otros. En aquel circo todos
eran más o menos lo mismo, no importaba cual era el número, la habilidad o el
rol bajo la carpa cuando lo del espectáculo. Desde el más viejo al más niño
entendían que únicamente podían ser teniéndose los unos a los otros, procurando
cuidar a aquellos maltratados animales que viajaban con ellos de pueblo en
pueblo ofreciendo el más grande espectáculo del mundo.
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