A mí siempre me ha gustado escuchar a Mauricio Redolés. Hace algunos meses, hurgueteando en cierta carpa que se ubica junto al principal campus de cierta universidad, me encontré con un antología de sus cantos (o versos que en este caso son lo mismo). No una antología cualquiera porque ésta es de esas que el autor hizo pensando en lo que quería compartir, no como esas donde unos señores, que bien poco saben de poesía, juntan lo que creen que más le gusta a la gente. Es poesía honesta, un poco de lo que quienes llevamos harto tiempo escuchándolo amamos escuchar y un harto de algunas cosas bien personales.
Siempre fue y será tremendo poeta Mauricio Redolés. Es tan grande que ni siquiera cierto canal que se veía a si mismo como independiente lo pudo contener hace ya varios años, cuando todavía creíamos que la alegría algún día llegaría. Es que es muy raro hablar o escribir de un libro que contenga la poesía de Mauricio Redolés en hojas, por bonita que sea la edición. La poesía de este gallo que es gallo de pelea y no gallito de exposición, se encuentra más cómoda en la calle; pero ya que está encuadernada, ya que la edición está al alcance de cualquier pelagatos como yo que no tenga otra pretensión que tener por escrito todas aquellas palabras que le otorgaron vida cuando el aire estaba todavía cargado de muerte.
Es raro; él no sabe...pero yo lo estaba escuchando de bien cerca ese día que murió un poeta que claramente los dos admirábamos y que no muchos sabían que había vivido. Él no sabe, pero yo estaba como en la cuarta jarra de cerveza una tarde que él paso con una pequeña comitiva frente a cierto local que solía ser una de mis picadas en la calle Vicuña Mackenna. Él no sabe, pero cuando estuvo bien enfermo - algo así como Patricio Manns ahora, pero más...más solo y más pobre, más anónimo y más pueblo- yo estuve bien preocupado como preocupados estaban los cabros y las cabras de todos los bellos barrios que fueron y que serán. Es que la poesía que pretende estar contenida en este libro anda suelta hace rato ya.
Les aviso que leerla es casi tanto como escucharla; no es lo mismo. Cualquiera que haya escuchado a Redolés leyendo lo que escribe sabe de lo que estoy hablando. Me sigue gustando más recordar las veces que le vi y le escuché a él cantar o leer sus textos, escuchar los casetes que tengo desde el tiempo en que ni siquiera imaginaba que tendría plata algún día para andar comprando libros nuevos a la vera de las universidades. Es rara la cuestión; me leí el libro bien rápido. Me reí (era que no), me emocioné, sentí profunda y sincera empatía por el flaco que venía escribiendo estas palabras hace tanto tiempo. Admiré y admiro la valentía de ciertos versos y me siento orgulloso de acompañarme con lecturas como estas ahora que no puedo andar callejeando como lo haría normalmente.
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