Escribir Mambruna me recordó el concepto original de la mujer (valiente, hacedora, libre), el que tenían las primeras civilizaciones en las que los patriarcados no habían cuajado todavía.
Volver a leer algunos relatos que antes de
la llegada de la civilización europea eran en América; cuentos que viajaban de
boca en boca y que, a pesar de la preeminencia de los asuntos y los relatos
propios de los valientes guerreros que paso a paso fueron liberando a las
tribus de los malos espíritus, permitían disfrutar aquellos apartados que
hablan de las madres, las hermanas y las mujeres que antes que hombre alguno
intuían que para derrotar a los verdaderos demonios sería preciso establecer
una alianza que garantizara los mismos derechos y deberes tanto para hombres
como para mujeres.
Las cada vez más difíciles líneas que dan
constancia de cómo fue que poco a poco las mujeres fueron perdiendo sus
originales gestos, adecuando sus modales a lo que decía la religión y la
política escrita por hombres; sin embargo siempre hubo revoltosas que dudaron
sobre la maravilla de prepararse para ser el corazón de aquello que las leyes
llamaron familia, quienes no crecieron jugando con muñecas ni se maquillaron
por lo que eran consideradas locas. Sacerdotisas, guerreras, viajeras que no
pudieron ser atadas a las leyes de los hombres y de las mujeres que temerosas
de los nuevos dioses, educaban a sus hijos ajenos a las necesidades de sus
hijas.
Los relatos que se contaban entonces y los
que se cuentan ahora es posible que sean los mismos, puede ser que varíe el
enfoque pero es un hecho que mujeres revoltosas y mujeres conservadoras hubo y
habrán siempre. Por alguna razón que yo no comprendo, los hombres terminan
siempre por terminar imponiendo sus leyes, sus religiones y sus modales como el
mar y la humedad de su arena terminan por apaciguar a las olas por muy grandes
que estas lleguen a ser.
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