III E l estadio estaba repleto, la algarabía del público era cosa difícil de silenciar, las tribunas abarrotadas de manera que los periodistas en evento alguno las habían visto. Fue la salida de los luchadores, debido a la expectación, la que trajo consigo algunos contados segundos de silencio. Miles de ojos se posaron sobre el trabajado cuerpo del Oso Boris que trotaba rumbo a su esquina; la multitud afín al luchador comenzó a gritar su nombre, el retador a nadie quiso mirar, concentrado, decidido como nunca, esperó el momento de su esperada revancha. Cuando apareció Furia Alegre en la alfombra que llegaba hasta su esquina, su propia multitud grito vuelta loca, emocionada ante el brillo de aquellos grandes y profundos ojos que parecían mirarles de uno en uno. La campeona rió como siempre que los ojos del público o alguna cámara le observaba; se posó como bailando en su esquina y tentó algo así como un saludo para su contendor que ni siquiera le miro; él parec...