Cierta vez estuve en una isla: al sur del mundo...muy al sur. En esa isla estaba acompañado por un importante número de personas que en nada se parecían a mi; sin embargo eran personas que me importaban. Me importaban al grado de apartarme de ellas con el único fin de no fastidiarles con mi escaso animo de hablar de cosas sencillas, mi mal humor con respecto a mirar lo que ofrece la televisión o sentarse a reír sin miedo al ridículo. Sin alejarme del todo me alejaba. Me iba a la pieza que se me había destinado a leer la historia de un muchacho de educación básica que una mañana cualquiera había partido rumbo a su escuela tras haber discutido con su madre. Aquel día, en el primer tomo del libro que leía, algo así como un terremoto transportó al futuro la escuela con maestros, auxiliares y estudiantes a un futuro de aquellos distópicos tan propios de no poca literatura.
El hecho es que los seis tomos digitalizados en una tablet pertenecen al manga Aula a la deriva escrito y dibujado por Kazuo Umezu. El titulo llamó mi atención apenas lo vi, y aunque no es para nada una de aquellas obras maestras del genero, quise dedicarle las frías y lluviosas tardes en aquella isla con el único afán de no sentirme del todo solo. Había leído algunos mangas antes y he leído algunos mangas después, pero por las circunstancias que cuento, la lectura de este la recuerdo con algo parecido al cariño. En el presente, en el manga que leía, la madre sentía culpa por haber tenido una discusión con su hijo el último día que lo vio con vida. En el futuro, el niño también se sentía mal, pero en aquel inhóspito futuro, poco tiempo había para la sensibilidad. Los adultos que habían sido transportados junto a los niños y las niñas naturalmente enloquecieron, situación que adelantó la madurez de los niños y de las niñas. Recordé a ratos el libro El señor de las moscas de William Golding mientras leía esta obra que, aunque similar, era y es muy distinta.
Donde había estado la escuela había un enorme agujero. Las madres y los padres peregrinaban a aquel lugar sin poder comprender de manera alguna lo qué había sucedido con el edificio repleto de niños. En el futuro, la vida era demasiado salvaje como para fragilidades injustificadas. El amor, la amistad y la sobrevivencia eran temas difíciles de abordar sin querer llorar. Sobrevivirían solo aquellos que aprendieran a ser fuertes. Por medio de una niña que tiene el poder psíquico de viajar al pasado, el protagonista de esta historia logra comunicarse con su madre. La madre deja cosas que le serán muy útiles para sobrevivir a su hijo en aquel distante futuro. Las deja en lugares que el paso del tiempo no modificará, lugares que son un extraño punto de conexión entre aquello que fue y lo que será. Las personas que estaban junto a mi en aquella isla no comentaban en modo alguno mi ostracismo. Sabían que era y soy extraño cuando se trata de compartir con no poca gente. Esperaban atesorar bellos recuerdos de aquel viaje y solo recuerdan sus desacuerdos; yo sin embargo recuerdo la lluvia, las risas sin sentido en el living de la casa, las largas tardes leyendo un libro con dibujos que no eran ni son lo que podemos llamar alegres. En soledad frente a la lectura como ha sido tantas veces.
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